miércoles, 7 de diciembre de 2005

LA MUESTRA NACIONAL DE TEATRO

Si es cierto que la anterior Muestra nacional de teatro fue tan desastrosa como se dice, podemos sentirnos afortunados, pues dos años más tarde encontramos una que se caracterizó por un nivel de regular a bueno; claro, hubo varias obras que no llegaron al rango, pero el promedio impone.
De entrada me pareció significativa Lascurain, o la brevedad del poder, de Flavio González Mello, en la que el texto se vio muy superior a la dirección e interpretación. Y digo que me parece significativo porque el mismo fenómeno se pudo apreciar en otras obras presentadas, como en Las chicas del 3.5 floppies, dirigida por César Aristóteles, donde las actrices desaprovecharon un texto entrañable con una actuación transformada en declamación que solo en ratos conseguía atraer la atención.
La extraordinaria El Veneno del teatro, del catalán Rodolf Sirera, mantiene una calidad más que aceptable, aunque cuenta con baches tanto en la interpretación como en la dirección, que está a cargo de Neftalí Coria, de los que se salva básicamente porque se trata de un texto sin mácula.
Sobresalieron por su calidad integral La señora Macbeth, de Griselda Gambaro con dirección de Ángel Norzagaray –cabe señalar, sin embargo, que poco habrá entendido el espectador que no conozca la obra de Shakespeare-; Mestiza power, dirigida y escrita por Conchi León y El dolor debajo del sombrero, de Martín Zapata. Escuché también muy buenos comentarios de Adiós querido Cuco, dirigida por Perla Szchumacher y debido a fallas en la logística, que nunca específico que para algunas de las obras además del gafete de prensa era necesario contar con boleto, me perdí Noche árabe.
Por el lado del estado anfitrión hubo pocas sorpresas, la ausencia del gremio teatral potosino al homenaje realizado a Jesús Coronado era algo de esperarse, tanto como la ausencia al resto de la muestra en general por parte de los directores, que continúan parados en su pedestal sin voltear a ver al resto de los mortales que con poco se conforman y no son capaces de apreciar a cabalidad su trascendental obra.
Merced a esta actitud luego se padecen desfiguros como la patética protesta de los alumnos de la escuela estatal de teatro, quienes siguen sin querer ver que, efectivamente, Cabaret trágico cuenta con varios aciertos, pero no se comparan a todo lo que hay que arreglar para hacer de esta un montaje de calidad.
Igual sucede con Páramos de luz, la obra seleccionada como representante de nuestro estado, que adapta tres textos de Juan Rulfo en un espectáculo surrealista donde convive Pink Floyd con la danza del venado y campesinos que no tienen acento ni de Matehuala ni de Jalisco, sino de película mexicana. Sigo convencido de que el jurado debió declarar desierto el lugar en la selección y que si seleccionó a esta fue por mero compromiso.
Otros aspectos negativos que se deben señalar es la nefasta actitud de algunos funcionarios de la Secretaría de Cultura que pusieron el mal ejemplo con el celular encendido y, peor aún, contestando llamadas en plena función; los camarógrafos que grababan las obras con la pantalla encendida y los necios fotógrafos cuya baja capacidad seguramente los obliga a usar flash para tomar sus placas. Destacó también de manera deplorable la ausencia de cobertura por parte de los medios de comunicación, que siguen desdeñando a la cultura y se limitan al cuestionamiento de presupuestos o dar seguimiento a las bombas cebadas que de cuando en cuando avienta algún artista despechado.
En el lado contrario, Fernando Betancourt merece un amplio reconocimiento por su labor, contracorriente y contrapresupuesto, para presentar una Muestra digna, que además innovó con un órgano informativo propio –que no autocomplaciente- como fue el Diario de la Muestra y sobre todo, con la creación de una variopinta “Muestra alternativa” en la que con entusiasmo y casi sin dormir participaron un gran número de actores locales, ya en la parte técnica, ya ellos mismos subidos en el escenario.
La experiencia fue buena, el mérito, de unos cuantos a los que hay que agradecer el esfuerzo.