lunes, 27 de octubre de 2008

Homenaje a Ibargüengoitia IV

Pues ya falta un mes para el 25 aniversario luctuoso del maestro y nada más no se ve por donde se le vaya a hacer justicia, ellos se lo pierden dando realce a campañas para causas baladíes o nombrando calles con apelativos de gente que no recordarán en dos años.
Les dejo ahora un fragmento del texto en el cual Ibargüengotia estaba trabajando cuando con mal tino se le atravesó la muerte, que era uno de esos de corte autobiográfico aderezado con su fino humor negro. Se llamaba Isabel cantaba para ese tiempo, aunque ya había cambiado de título varias veces y Joy Laville afirma que en realidad para cuando el accidente ya había cambio de identidad por Los amigos. Letras libres publicó en febrero de este año una versión más extendida de la que les presento, visítenla los que se queden picados.

Isabel Cantaba

Isabel cantaba. Tenía buena voz pero lo importante es que cuando cogía una guitarra se transformaba: establecía con el instrumento una intimidad que atraía a los que la observaban. Isabel decía que “se entregaba” al cantar. Es posible: que ella se entregara y que los que la veíamos la imagináramos entregándose a cada uno con el mismo abandono que a la guitarra.
La conocí en un día de campo al que Pablo Escarpia me invitó porque quería presentarme a una actriz amiga suya, dijo. Después de la comida Isabel cogió la guitarra, se sentó en unas piedras, cantó “Quiero volver” y yo me enamoré de ella. Sentí que tenía que inventar algo para verla otra vez.
–Voy a hacerte una estrella –le dije.
La cité en los estudios para hacerle una prueba. Isabel era actriz de teatro y su ambición era entonces hacer el papel de Medea. Quería decir ante la cámara una parte del soliloquio, yo mandé al utilero por una guitarra y la hice cantar “Quiero volver”. Lo hizo con tanta pasión que cuando dije “corte” los manuales aplaudieron. Cuando vi la prueba en la pantalla me emocioné casi tanto como en el día de campo.
En este punto interviene el destino: Rotonda L’Aiglon rechazó el papel que tenía en El ogro dos días antes de que empezáramos a filmar. Provocó una situación que parecía desesperada, porque en ese momento no había en México una actriz conocida, buena o mala, que no estuviera filmando y Carlos Belfonte, el actor principal, tenía que comenzar otra película al cabo de tres semanas. Gregorio Spada, el productor, no hallaba qué hacer, gracias a eso logré que viera la prueba de Isabel. No aplaudió como los manuales –a Gregorio no le gustan las mujeres– pero dijo:
–Ponla mañana a hacer el papel, a ver si puede con él.
Al día siguiente Isabel estaba nerviosa, pero yo le di órdenes precisas:
–Estás tratando de descubrir el motivo del suicidio de tu padre, atraviesas al cuarto y vienes a pararte frente a la ventana.
Desde entonces tenía un andar admirable. Filmarla era como seguir con la cámara a una pantera. Carlos Belfonte quedó favorablemente impresionado.
–Tiene madera de actriz –me dijo, mirando las nalgas de Isabel.
Al día siguiente Gregorio aceptó darle el papel, Isabel estaba feliz, fue a mi despacho a darme las gracias y me besó. Yo traté de hacer el amor con ella allí mismo, pero se resistió.
–No puedo –me dijo.
–Vamos a otro lado.
–No insistas –me pidió– porque tendría que rechazar el papel.
–¿Por qué no? –pregunté.
–Amo a Ricardo.
Era el marido. Yo lo había conocido en el día de campo: “soy un hombre de negocios”, había dicho; le decía a su mujer “querida”. Miré a Isabel a los ojos y dije para mis adentros:
–Antes de tres semanas voy a tenerte en la cama.
Modificamos el papel de El ogro para meter una canción a fuerzas. Durante la filmación los manuales se peleaban por llevar la silla de Isabel. Gregorio observaba.
–¿Te has dado cuenta, Paquito –me dijo un día–, que la mitad del personal quisiera irse a la cama con la primera actriz?
No supe qué contestar. Gregorio siguió hablando:
–Es señal de que la película va a gustar al público. –Y fue a una mesa que estaba allí cerca a tocar madera.
No me importaba que otros tuvieran las mismas intenciones que yo, porque era el director y estaba en primer lugar. Cuando filmábamos ponía atención a Isabel, pero la trataba con brusquedad. Un día le dije, por ejemplo:
–No abras tanto la boca cuando dices “te amo” porque se te ve hasta la campanilla.
Carlos Belfonte me reprochó:
–Eres muy grosero con ella.
En otra ocasión dije a Isabel:
–Te peinas como María Félix. ¿Por qué no te restiras el pelo y nos dejas ver tu cara tal como es y no en medio de esa aureola ridícula?
Isabel se quedó sin aliento pero cambió de peinado. Hizo bien: ahora las mujeres se peinan como Isabel Aparicio y esto ocurrió gracias a mí.
Mi despotismo nomás duraba ocho horas, al terminar el trabajo los papeles se trastocaban.

Yo le decía:
–¿Quieres que te lleve a tu casa?
Y ella me contestaba:
–Gracias, pero Ricardo me está esperando.
Ricardo estaba en el estacionamiento, sentado adentro del coche, un Studebaker azul, de aquellos que parecían mariposas. Era tiempo de lluvias, Isabel iba a encontrarlo corriendo, cubriéndose con el libreto.
Isabel tenía buen carácter. Nunca habíamos hecho una película en que la primera actriz causara menos problemas; no tuvo pleitos ni con la maquillista, cosa notable. Gregorio estaba contento.
–Si El ogro no es un desastre –me dijo– contrato a Isabel por tres años.
Supimos que no iba a ser un desastre el día del estreno: Isabel acabó cantando “Quiero volver” en la rueda de prensa. Carlos Belfonte se molestó un poco y se fue a su casa temprano. Gregorio invitó a los demás a su departamento. Cuando entré en el salón, él estaba tocando “Blue Moon”, una de las tres piezas que sabe, Isabel estaba de espaldas a mí, apoyada en el piano. Sentí de pronto una ternura muy grande y fui directamente hacia ella, estuve a punto de acariciarla pero no me atreví, me acerqué hasta sentir el calor de su cuerpo. Cuando comprendió que había alguien atrás se dio la vuelta y al verme su rostro se transformó, sonrió y me tomó de ambas manos.
–Todo lo que ha pasado –me dijo– te lo debo a ti. No sé qué hacer para agradecerte. Yo sí sabía pero no se lo dije. Su gesto y la frase me habían conmovido.

viernes, 10 de octubre de 2008

Píscore

De las muy escasas cosas que ahora me provocan sonreír destacan Les Luthiers, genios absolutos demostrando su potencial en mi gag favorito:




sábado, 27 de septiembre de 2008

Homenaje a Ibargüengoitia III


En esta tercer entrega del homenaje al maestro Ibargüengoitia les dejo un cuento incluido en La Ley de Herodes, único libro que el gran guanajuatense publicó en este género, aunque encasillarlo ahí es un tanto impreciso, porque cada una de las narraciones del libro contiene bastantes elementos biográficos. Que lo disfruten.

LA MUJER QUE NO

Debo ser discreto. No quiero comprometerla. La llamaré... En el cajón de mi escritorio tengo todavía una foto suya, junto con las de otras gentes y un pañuelo sucio de maquillaje que le quité no sé a quién, o mejor dicho sí sé, pero no quiero decir, en uno de los momentos cumbres de mi vida pasional. La foto de que hablo es extraordinaria mente buena para ser de pasaporte. Ella está mirando al frente con sus grandes ojos almendrados, el pelo estirado hacia atrás, dejando a descubierto dos orejas enormes, tan cercanas al cráneo en su parte superior, que me hacen pensar que cuando era niña debió traerlas sujetas con tela adhesiva para que no se le hicieran de papalote; los pómulos salientes, la nariz pequeña con las fosas muy abiertas, y abajo... su boca maravillosa, grande y carnuda. En un tiempo la contemplación de esta foto me producía una ternura muy especial, que iba convirtiéndose en un calor interior y que terminaba en los movimientos de la carne propios del caso. La llamaré Aurora. No, Aurora no. Estela, tampoco. La llamaré ella.
Esto sucedió hace tiempo. Era yo más joven y más bello. Iba por las calles de Madero en los días cercanos a la Navidad, con mis pantalones de dril recién lavados y trescientos pesos en la bolsa. Era un mediodía brillante y esplendoroso. Ella salió de entre la multitud y me puso una mano en el antebrazo. "Jorge", me dijo. Ah, che la vita é bella! Nos conocemos desde que nos orinábamos en la cama (cada uno por su lado, claro está), pero si nos habíamos visto una docena de veces era mucho. Le puse una mano en la garganta y la besé. Entonces descubrí que a tres metros de distancia, su mamá nos observaba. Me dirigí hacia la mamá, le puse una mano en la garganta y la besé también. Después de eso, nos fuimos los tres muy contentos a tomar café en Sanborns. En la mesa, puse mi mano sobre la suya y la apreté hasta que noté que se le torcían las piernas; su mamá me recordó que su hija era decente, casada y con hijos, que yo había tenido mi oportunidad trece años antes y que no la había aprovechado. Esta aclaración moderó mis impulsos primarios y no intenté nada más por el momento. Salimos de Sanborns y fuimos caminando por la alameda, entre las estatuas pornográficas, hasta su coche que estaba estacionado muy lejos. Fue ella, entonces, quien me tomó de la mano y con el dedo de enmedio, me rascó la palma, hasta que tuve que meter mi otra mano en la bolsa, en un intento desesperado de aplacar mis pasiones. Por fin llegamos al coche, y mientras ella se subía, comprendí que trece años antes no sólo había perdido sus piernas, su boca maravillosa y sus nalgas tan saludables y bien desarrolladas, sino tres o cuatro millones de muy buenos pesos. Fuimos a dejar a su mamá que iba a comer no importa dónde. Seguimos en el coche, ella y yo solos y yo le dije lo que pensaba de ella y ella me dijo lo que pensaba de mí. Me acerqué un poco a ella y ella me advirtió que estaba sudorosa, porque tenía un oficio que la hacía sudar. "No importa, no importa." Le dije olfateándola. Y no importaba. Entonces, le jalé el cabello, le mordí el pescuezo y le apreté la panza. . . hasta que chocamos en la esquina de Tamaulipas y Sonora.
Después del accidente, fuimos al Sep de Tamaulipas a tomar ginebra con quina y nos dijimos primores.
La separación fue dura, pero necesaria, porque ella tenía que comer con su suegra. "¿Te veré?" "Nunca más." "Adiós, entonces." "Adiós." Ella desapareció en Insurgentes, en su poderoso automóvil y yo me fui a la cantina el Pilón, en donde estuve tomando mezcal de San Luis Potosí y cerveza, y discutiendo sobre la divinidad de Cristo con unos amigos, hasta las siete y media, hora en que vomité. Después me fui a Bellas Artes en un taxi de a peso.
Entré en el foyer tambaleante y con la mirada torva. Lo primero que distinguí, dentro de aquel mar de personas insignificantes, como Venus saliendo de la concha. . . fue a ella. Se me acercó sonriendo apenas, y me dijo: "Búscame mañana, a tal hora, en tal parte"; y desapareció.
¡Oh, dulce concupiscencia de la carne! Refugio de los pecadores, consuelo de los afligidos, alivio de los enfermos mentales, diversión de los pobres, esparcimiento de los intelectuales, lujo de los ancianos. ¡Gracias, Señor, por habernos concedido el uso de estos artefactos, que hacen más que palatable la estancia en este Valle de Lágrimas en que nos has colocado!

Al día siguiente acudí a la cita con puntualidad. Entré en el recinto y la encontré ejerciendo el oficio que la hacía sudar copiosamente. Me miró satisfecha, orgullosa de su pericia y un poco desafiante, y también como diciendo: "Esto es para ti." Estuve absorto durante media hora, admirando cada una de las partes de su cuerpo y comprendiendo por primera vez la esencia del arte a que se dedicaba. Cuando hubo terminado, se preparó para salir, mirándome en silencio; luego me tomó del brazo de una manera muy elocuente, bajamos una escalera y cuando estuvimos en la calle, nos encontramos frente a frente con su chingada madre.
Fuimos de compras con la vieja y luego a tomar café a Sanborns otra vez. Durante dos horas estuve conteniendo algo que nunca sabré si fue un sollozo o un alarido. Lo peor fue que cuando nos quedamos solos ella y yo, empezó con la cantaleta estúpida de: "¡Gracias, Dios mío, por haberme librado del asqueroso pecado de adulterio que estaba a punto de cometer!" Ensayé mis recursos más desesperados, que consisten en una serie de manotazos, empujones e intentos de homicidio por asfixia, que con algunas mujeres tienen mucho éxito, pero todo fue inútil; me bajó del coche a la altura de Félix Cuevas.
Supongo que se habrá conmovido cuando me vio parado en la banqueta, porque abrió su bolsa y me dio el retrato famoso y me dijo que si algún día se decidía (a cometer el pecado), me pondría un telegrama.

Y esto es que un mes después recibí, no un telegrama, sino un correograma que decía: "Querido Jorge: búscame en el Konditori, el día tantos a tal hora (p.m.) Firmado: Guess who? (advierto al lector no avezado en el idioma inglés que esas palabras significan "adivina quién"). Fui corriendo al escritorio, saqué la foto y la contemplé pensando en que se acercaba la hora de ver saciados mis más bajos instintos.
Pedí prestado un departamento y también dinero; me vestí con cierto descuido pero con ropa que me quedaba bien, caminé por la calle de Génova durante el atardecer y llegué al Konditori con un cuarto de hora de anticipación. Busqué una mesa discreta, porque no tenía caso que la vieran conmigo un centenar de personas, y cuando encontré una me senté mirando hacia la calle; pedí un café, encendí un cigarro y esperé. Inmediatamente empezaron a llegar gentes conocidas, a quienes saludaba con tanta frialdad que no se atrevían a acercárseme.
Pasaba el tiempo.
Caminando por la calle de Génova pasó la Joven N, quien en otra época fuera el Amor de mi Vida, y desapareció. Yo le di gracias a Dios.
Me puse a pensar en cómo vendría vestida y luego se me ocurrió que en dos horas más iba a tenerla entre mis brazos, desvestida. . .
La Joven N volvió a pasar, caminando por la calle de Génova, y desapareció. Esta vez tuve que ponerme una mano sobre la cara, porque la Joven N venía mirando hacia el Konditori.
Era la hora en punto. Yo estaba bastante nervioso, pero dispuesto a esperar ocho días si era necesario, con tal de tenerla a ella, tan tersa, toda para mí.
Y entonces, que se abre la puerta del Konditori, entra la Joven N, que fuera el Amor de mi Vida, cruza el restorán y se sienta enfrente de mí, sonriendo y preguntándome: "Did you guess right?"
Solté la carcajada. Estuve riéndome hasta que la Joven N se puso incómoda; luego, me repuse, platicamos un rato apaciblemente y por fin, la acompañé a donde la esperaban unas amigas para ir al cine.

Ella, con su marido y sus hijos, se habían ido a vivir a otra parte de la República.
Una vez, por su negocio, tuve que ir precisamente a esa ciudad; cuando acabé lo que tenía que hacer el primer día, busqué en el directorio el número del teléfono de ella y la llamé. Le dio mucho gusto oír mi voz y me invitó a cenar.
La puerta tenía aldabón y se abría por medio de un cordel. Cuando entré en el vestíbulo, la vi a ella, al final de una escalera, vestida con unos pantalones verdes muy entallados, en donde guardaba lo mejor de su personalidad. Mientras yo subía la escalera, nos mirábamos y ella me sonreía sin decir nada. Cuando llegué a su lado, abrió los brazos, me los puso alrededor del cuello y me besó. Luego, me tomó de la mano y mientras yo la miraba estúpidamente, me condujo a través de un patio, hasta la sala de la casa y allí, en un couch, nos dimos entre doscientos y trescientos besos . . . hasta que llegaron sus hijos del parque. Después, fuimos a darles de comer a los conejos.
Uno de los niños, que tenía complejo de Edipo, me escupía cada vez que me acercaba a ella, gritando todo el tiempo: " ¡Es mía!'' Y luego, con una impudicia verdaderamente irritante, le abrió la camisa y metió ambas manos para jugar con los pechos de su mamá, que me miraba muy divertida. Al cabo de un rato de martirio, los niños se acostaron y ella y yo nos fuimos a la cocina, para preparar la cena. Cuando ella abrió el refrigerador, empecé mi segunda ofensiva, muy prometedora, por cierto, cuando llegó el marido. Me dio un ron Batey y me llevó a la sala en donde estuvimos platicando no sé qué tonterías. Por fin estuvo la cena. Nos sentamos los tres a la mesa, cenamos y cuando tomábamos el café, sonó el teléfono. El marido fue a contestar y mientras tanto, ella empezó a recoger los platos, y mientras tanto, también, yo le tomé a ella la mano y se la besé en la palma, logrando, con este acto tan sencillo, un efecto mucho mayor del que había previsto: ella salió del comedor tambaleándose, con un altero de platos sucios. Entonces regresó el marido poniéndose el saco y me explicó que el telefonazo era de la terminal de camiones, para decirle que acababan de recibir un revólver Smith & Wesson calibre 38 que le mandaba su hermano de México, con no recuerdo qué objeto; el caso es que tenía que ir a recoger el revólver en ese momento; yo estaba en mi casa: allí estaba el ron Batey, allí, el tocadiscos, allí, su mujer. Él regresaría en un cuarto de hora. Exeunt severaly: él vase a la calle; yo, voyme a la cocina y mientras él encendía el motor de su automóvil, yo perseguía a su mujer. Cuando la arrinconé, me dijo: "Espérate" y me llevó a la sala. Sirvió dos vasos de ron, les puso un trozo de hielo a cada uno, fue al tocadiscos, lo encendió, tomó el disco llamado Le Sacre du Sauvage, lo puso y mientras empezaba la música brindamos: habían pasado cuatro minutos. Luego, empezó a bailar, ella sola. "Es para ti", me dijo. Yo la miraba mientras calculaba en qué parte del trayecto estaría el marido, llevando su mortífera Smith & Wesson calibre 38. Y ella bailó y bailó. Bailó las obras completas de Chet Baker, porque pasaron tres cuartos de hora sin que el marido regresara, ni ella se cansara, ni yo me atreviera a hacer nada. A los tres cuartos de hora decidí que el marido, con o sin Smith & Wesson, no me asustaba nada. Me levanté de mi asiento, me acerqué a ella que seguía bailando como poseída y, con una fuerza completamente desacostumbrada en mí, la levanté en vilo y la arrojé sobre el couch. Eso le encantó. Me lancé sobre ella como un tigre y mientras nos besamos apasionadamente, busqué el cierre de sus pantalones verdes y cuando lo encontré, tiré de él... y ¡mierda!, ¡que no se abre! Y no se abrió nunca. Estuvimos forcejando, primero yo, después ella y por fin los dos, y antes regresó el marido que nosotros pudiéramos abrir el cierre. Estábamos jadeantes y sudorosos, pero vestidos y no tuvimos que dar ninguna explicación.

Hubiera podido, quizá, regresar al día siguiente a terminar lo empezado, o al siguiente del siguiente o cualquiera de los mil y tantos que han pasado desde entonces. Pero, por una razón u otra nunca lo hice. No he vuelto a verla. Ahora, sólo me queda la foto que tengo en el cajón de mi escritorio, y el pensamiento de que las mujeres que no he tenido (como ocurre a todos los grandes seductores de la historia), son más numerosas que las arenas del mar.

martes, 16 de septiembre de 2008

Para documentar la estupidez humana V. Pruebas irrefutables en el sistema educativo mexicano.

Si Vasconcelos viviera, estoy seguro que se suicidaba. Los esfuerzos del llamado Apóstol de la educación en México no sólo no han rendido frutos con el paso del tiempo, sino que la única etapa en que el sistema educativo de nuestro país ha sido un poco decente se encuentra a años luz de lo que sucede en la actualidad. Transcribo una nota aparecida en Pulso -diario que se publica en San Luis Potosí- el 16 de septiembre de 2008:

El 82.1% de los 23 mil 157 alumnos de nivel bachillerato a quienes se les aplicó la prueba ENLACE[1], obtuvieron calificaciones de “insuficiente” o “elemental” en el área de Matemáticas.
En cuanto al parámetro “Habilidad lectora”, el 49.6% de los 23 mil 105 evaluados obtuvieron los mismos resultados.
Las calificaciones “Insuficiente” y “elemental” en el área de Matemáticas, explica la Unidad de Planeación y Evaluación de Políticas Educativas, significan que el alumno no tiene capacidad para resolver problemas que involucren más de un procedimiento, ni tampoco las que requieren realizar multiplicaciones y divisiones combinando números enteros y fraccionarios.
No pueden tampoco calcular raíces cuadradas, hacer uso de razones ni de proporciones y mucho menos resolver problemas mixtos. En el caso de San Luis Potosí, 46.8% de los jóvenes evaluados obtuvo calificación insuficientes y 35.3 elemental.
En cuanto a “Habilidad lectora”, la prueba reveló que casi la mitad de los jóvenes potosinos no son capaces de relacionar elementos que se encuentran a lo largo del texto. Tampoco comprenden de forma completa y detallada el contenido global de un texto. No infieren relaciones del tipo problemas-solución, causa-efecto ni comparación-contraste.

Hay que señalar que la nota es incompleta, pues solamente documenta la ínfima preparación con que cuentan los imberbes adolescentes sin hacer mención de que obviamente los índices bajan en relación al grado de marginación, es decir, entre más pobre, menos entra la letra, lo cual nos conduce a un problema distinto al que originalmente nos ocupa.
Hecha la aclaración anterior hay que ser justos y reconocer que sí, la culpa es de la baja calidad de los maestros mexicanos, hundidos y retozando felices en el lodazal sindicalista que los absuelve de cumplir con sus obligaciones y les brinda todas las facilidades para que las 2 neuronas que activan los escasos días en que imparten clase, no sufran mayor deterioro. Es cierto, ellos son culpables. Pero también los padres de familia, y en gran medida. No se puede delegar alegremente la responsabilidad a los tipos que se paran frente al pizarrón, como ya se ha dicho muchas veces antes y pese a la indignación que causa esto a los pobres hombres que trabajan todo el día sin parar y las abnegadas amas de casa que apenas se dan tiempo para las labores del hogar.
Sin embargo y para consuelo de los arriba acusados, hay que reconocer que el grado de estupidez ha crecido naturalmente de unos años a la fecha. Salvo raras excepciones, el grueso de los jóvenes y generaciones venideras se distinguen por una feliz propensión a la banalidad intelectual y holgazanería neuronal. Ahora, como en mis tiempos y en los de mis padres y etc. se puede hacer la misma pregunta: ¿de qué carajos me sirve a aprender a sacar una raíz cuadrada? Pregunta muy justa si pensamos en la vida práctica y más si nuestro camino no se dirige al área de las ciencias duras, pero que también ahora, como hace muchos años, se puede responder igual: para ejercitar el cerebro. Para desarrollar habilidades intelectuales. Para aprender a pensar.
De la lectura… bueh… bastante bien sabidas son las cifras de nivel de lectura en nuestro país, aquí la novedad es que al parecer si ya de entrada se lee poco, el asunto empeora porque los jóvenes no comprenden lo que leen. Hace poco leía un artículo donde se decía que gracias al Internet la gente volvió a leer, ya que en buena medida de ahí se extrae la información. Yo por el contrario pienso que se lee poco y se escribe peor, además que de acuerdo a las estadísticas la verdad parece tenerla aquella canción del musical Avenue Q que generó miles de versiones en la red gracias a su famoso y dogmático coro: The Internet is for porn.
En fin, está visto que la realidad supera a los blogueros pesimistas y misántropos como este escribidor.


[1] Según la descripción de la propia Secretaría de Educación Pública esta prueba: “ENLACE Media Superior es una prueba que tiene como objetivo determinar en qué medida los jóvenes son capaces de aplicar a situaciones del mundo real conocimientos y habilidades básicas adquiridas a lo largo de la trayectoria escolar que les permitan hacer un uso apropiado de la lengua –habilidad lectora– y las matemáticas -habilidad matemática-.
No es un examen que aprueba o reprueba. Tampoco permite emitir juicios de valor para calificar o descalificar la calidad de los servicios educativos de los planteles de media superior.
Es un instrumento de evaluación que proporciona información a la sociedad acerca del grado de preparación que han alcanzado los estudiantes del último grado de Educación Media Superior promoviendo la transparencia y rendición de cuentas.”
Es decir, se curan en salud para afirmar que si los escuincles son burros es por una cuestión congénita y no por la propia estupidez de los maestros.

martes, 9 de septiembre de 2008

Las puertitas del señor López


En 1979 Argentina vivía bajo la dictadura del criminal lamentablemente aún vivo Jorge Rafael Videla. Eran tiempos oscuros para la libertad de pensamiento y expresión, las desapariciones forzadas se tomaban como algo común y los derechos humanos simplemente no existían para el gobierno. Con todo, bajo este clima de terror aparece en 1979 en las legendarias páginas del número 1 de la revista El péndulo[1], la primera entrega de Las puertitas del señor López, una de las piezas cumbres de la historieta argentina, obra de dos grandes de este arte, Horacio Altuna y Carlos Trillo.
Como toda buena obra de arte, Las puertitas del señor López puede ser leída en diversos niveles semánticos, aunque Altuna es bastante claro: "La historia trataba de un tipo muy pusilánime; era una visión de la Argentina bajo la dictadura. Nosotros la hacíamos pensando que estábamos bajo ese régimen".
La anécdota es única y de ahí parten todas las historias; López, un tipo regordete, calvo y –como ya señaló el autor- muy pusilánime, jamás levanta la voz, opina o se expresa de manera alguna ante una situación que para él o quienes en ese momento le rodean resulte denigrante, lo que hace es disculparse y dirigirse al baño, tras cuya puerta encuentra una cierta liberación de la mente –que no suya- con la cual escapa de la pesada realidad circundante. La transición no siempre resulta gratificante; tras la puerta López no adquiere la valentía, el coraje, la facilidad de palabra o el espíritu de la venganza, simplemente es otro plano de realidad construido en su mente limitada, que por tanto no es siempre alentador. En una ocasión entra al baño para librarse del pesado ambiente que se ha creado en la oficina por la llegada del nuevo jefe -del cual dicen es un monstruo-, sólo para encontrarse al cerrar la puerta con el mismísimo Nosferatu, quien lo persigue hasta acorralar al pobre López, pero de súbito desiste del ataque final y huye asustado al sentir al otro lado de la puerta la presencia del jefe-monstruo.
La puerta en tanto no representa un escape, sino la imposibilidad de la salida cuando la opresión del ambiente rebasa la propia voluntad, el miedo a la plena individualización del que habla Fromm en El miedo a la libertad. López encarna por tanto a esa sociedad empequeñecida por el miedo que reinaba en la Argentina bajo la dictadura, pero al mismo tempo representa a cada uno de nosotros en las infinitas ocasiones de la vida en que se deja de hacer lo que se quiere, o ya ni siquiera se recuerda que es ello y simplemente se deja pasar el tiempo, la vida, la miseria que nos tiene envueltos.
Los dejo con una de las peripecias del pobre López. Sería genial conseguir cualquiera de los dos tomos que recopilan la historieta (que impresa es la mejor manera de apreciar el noveno arte) pero como eso resulta un tanto bastante complicado, les paso el tip de que en Archivo de comics pueden descargar el primer tomo. Den click sobre las imágenes para verlas a mayor tamaño.





[1] El Péndulo fue una revista de historietas y literatura creada por Marcial Souto en 1979 que transitó por cuatro épocas hasta su desaparición en 1991. El primer número de la revista incluía artículos sobre rock, Lovecraft, cuentos de Bradbury, J.G. Ballard y otros autores, además de trabajos de algunos de los más importantes artistas de la historieta argentina, Enrique Breccia, Fontanarrosa y, por supuesto Trillo y Altuna.

domingo, 31 de agosto de 2008

Aforismos para este infierno

Para la sociedad, lo correcto es hacer lo que se “debe”, para vivir, lo correcto es hacer lo que se quiere.

Lo único que te perteneces es tu propio cuerpo, es el único espacio inalienable, por tanto, puedes y debes hacer con él lo que quieras sin remordimiento por lo que piensen los demás.

El espacio que la tuya ocupa en la línea de la vida es ínfimo, así que no vale la pena desperdiciarla moralmente en cualquier tipo de privación de placer voluntaria.

La idea de dios es absoluta y necesaria, mas no por ello hay razón de dirigirse siempre con respeto a dicho ente, todo el bien proviene de su gracia, pero el mal entonces no existiría sin su venia.

El alma es una idea de devoción para entregarse a los seres amados, el espíritu propio, tal como el cuerpo, es enteramente íntimo.

La vida en pareja para nuestra cultura es sinónimo de subordinación y esclavitud permisiva, nunca de compartición de libertades.

La razón la tengo yo, tanto como tú y el resto del mundo.

lunes, 25 de agosto de 2008

Homenaje a Ibargüengoitia II


Libro de oro del teatro mexicano o la vida apasionadade don Marcelino Menéndez y Pelayo

A raíz de las recientes declaraciones de Carlos Solórzano en Ovaciones de no me acuerdo qué fecha y de mi airada respuesta a las mismas, he ocupado mis ratos de ocio en una serie de meditaciones que podrían agruparse bajo el shakesperiano título de: Are we, Mexican Playwrights, Missing the Chaberpot? Estas meditaciones, como las de toda persona adiestrada en la labor jesuítica, tienen como esquema primordial una pregunta íntima y su contestación, como por ejemplo: 1. Si yo no fuera Jorge Ibargüengoitia, ¿leería las obras de Jorge Ibargüengoitia? Respuesta: definitivamente no. Leería las de Mickey Spilane, el tratado de floricultura de la señora Mondragón, las obras completas del Marqués de Santa Cruz, y quizá hasta el diccionario de la Real Academia, pero no mis obras. ¿Por qué? a) Porque están... 1) inéditas; 2) editadas en libros carísimos junto con otras nueve que no me interesan; 3) publicadas en revistas agotadas, desaparecidas o no catalogadas. b) Prefiero otras lecturas. 2. ¿Para qué las escribí? Respuesta: francamente no sé. [Debo confesar que a esta pregunta he dado diferentes respuestas conforme pasan los años y en mi rostro se van marcando las huellas de todos los vicios. En una época, de esto hace muchos años, contestaba (emulando a mis mayores) que escribía porque tenía necesidad de expresarme, y que para mí el teatro fue siempre el único medio de comunicación posible; lo cual es una de las grandes mentiras en la historia de la literatura, pues desde que tengo cinco años conozco varios medios de comunicación mucho más eficaces que el teatro. De cualquier manera, si escogí el teatro como medio de comunicación debí tener más cuidado con lo que decía, porque ahora encuentro que lo comunicado es a la técnica de comunicarlo tan desproporcionado, como gastar 10,000 millones en alfabetizar al pueblo mexicano para que pueda leer a la Doctora Corazón. Después adopté otra actitud piú coraggiosa: dije que escribía porque me daba la gana. Este paso de la necesidad de expresión al “porque me da la gana” corresponde, en la vida íntima del autor, al paso de las inhibiciones sexuales a la frustración absoluta. Pues bien, ahora digo que no sé por qué escribí catorce comedias. Aparentemente esta perplejidad la comparten muchas personas, como lo demuestra la frecuencia con que son estrenadas mis obras.] 3. Si escribí las comedias, ¿por qué no hago lo posible por que sean llevadas a escena? Respuesta: Porque cada vez que voy al teatro, le doy gracias a Dios de que no sea mía la obra que están montando. [Comentario: esta actitud proviene indiscutiblemente de un trauma (probablemente múltiple). En mi juventud escribí una obra llamada Susana y los jóvenes; esta obra fue elegida por la Unión Nacional de Autores para ser representada en la temporada de la misma. En aquella época, La Epoca de Oro de la Unión, había una temporada formal en la Sala Chopin, en donde se representaban obras de Basurto, de Solana y de no recuerdo qué otras celebridades, y otra temporada, no sé si de autores noveles o vergonzantes, en el Teatro Ródano. Usigli iba a dirigir Susana y los jóvenes. El día de la lectura, yo me senté en el piso atrás de un sofá, de donde me fueron a sacar para colocarme en un lugar de honor junto a Usigli. Usigli leyó la obra, porque yo estaba aterrado. Asistieron Fernando Mendoza, Maricruz Olivier, María Teresa Rivas, Tony Carvajal, Tara Parra, Miguel Córcega y Héctor Gómez, y también Argentina Usigli. Argentina, haciendo gala de un compañerismo que nunca agradeceré lo bastante, se rio cada vez que fue necesario; los demás permanecieron observándome como las Pirámides. Cuando terminó la lectura, Fernando Mendoza tuvo la amabilidad de hacerme algunas indicaciones acerca de los cambios que él consideraba necesarios para que la obra no fuera tan mala; María Teresa Rivas opinó que el personaje femenino era oligofrénico, porque ella, a la edad de Susana, ya había tenido no sé qué experiencias; pero lo peor vino cuando Usigli me presentó a Maricruz Olivier... Esto es que tres meses antes de estos sucesos, estando en una fiesta con un vaso de cristal cortado lleno de cuba libre en una mano, me cayó una pesada trampa de madera en esa mano, de tal manera que el vaso de cristal cortado me hizo pedazos una arteria y salió un chorro de sangre con el que bañé a todos los invitados; me llevaron a la Cruz Roja, me cosieron, regresé a los tres días, me quitaron las puntadas, y como suele suceder en esos casos, me dejaron una; la herida, en vez de cicatrizar, desarrollaba una purulencia infecta, que tenía yo que extirpar de vez en cuando y bañar con agua oxigenada. Pues esto es que, precisamente la noche de la lectura, esta purulencia había alcanzado un grado de madurez extraordinario, y en el momento en que la eximia Maricruz estrechó mi poderosa diestra, explotó y salió en forma de un chisguete que fue a dar precisamente en el ojo de la actriz. Ella no dijo nada, pero no volvió a poner un pie en el teatro. Después vino una época de decepciones: Usigli se fue a Dublín, la temporada de la Chopin se vino abajo, se acabó el dinero de la Unión, bajaron los sueldos, cambiaron los actores, una obra de Villaurrutia entró a salvar la situación (con el único resultado de que el déficit aumentó), etcétera. El caso es que en vez de estrenar en julio, estrenamos en octubre. Pero en fin, si estas fueran las últimas molestias que me iba a causar la Susana, las daría de barato. Dos años después de estos sucesos, una compañía de jóvenes incautos montó la obra y me invitó a un coctel después del estreno; yo, incauto también, fui con mis amigos. ¡Dios mío, qué amargura! El padre de la joven (que por cierto era muy fea) que hacía la Susana, entró en escena exabrupto con la mejor intención de llevarse a su hija, que estaba “prostituyéndose en las tablas”. Luego, en 1959, me invitaron a Culiacán a presenciar el estreno de la misma obra. Yo no hubiera aceptado la invitación de no haber estado tan mal de dinero; pero cuando recibí los pasajes de avión, compré mi boleto en camión y me guardé como trescientos pesos. En Culiacán me instalaron en un hotel elegantísimo. El día del estreno, me puse mi mejor ropa, me fui caminando y llegué derritiéndome al teatro. Me sentaron entre el rector de la Universidad y el jefe de la Zona Militar, y luego salí a dar las gracias como si saliera de una ducha. De ahora en adelante, el que quisiera poner la Susana, que la ponga, pero por favor que no me invite. 4. ¿Qué consejos daría yo a los jóvenes dramaturgos? Respuesta: a) Nunca ir al teatro. b) Nunca ir al cine. c) Nunca encender el radio, ni la TV. d) No poner un pie en la provincia. e) Quemar el Bernal Díaz. f) No tener trato con actores, directores, ni productores. g) Hacer un matrimonio ventajoso. h) Hablar poco. i) Escribir menos. j) Renunciar a toda ambición de llegar a ser Secretario de Educación Pública, embajador de México en Guatemala o gerente de la CEIMSA. k) Nunca discutir con la Elite.
(Publicado en la Revista de la UNAM a principio de los años sesenta)

lunes, 11 de agosto de 2008

Para documentar la estupidez humana IV. Los celos


¡Sangre, Yago, sangre! Clama fuera de sus casillas Otelo al convencerse de que la pérfida Desdémona sostiene una relación con el despistado Casio, para acto seguido proceder a limpiar con sangre su mancillado honor en una de las más famosas tragedias de don William Shakespeare, la cual no hubiera pertenecido a este género si el famoso moro hubiera prestado oídos sordos al gandul Yago o en último caso se hubiese puesto a investigar que de cierto había en el cuento de que la esposa veía a su teniente como algo más que otro soldado.
Los celos pues quedaron así inmortalizados desde el siglo XVII como una rotunda estupidez que sin embargo hasta nuestros días es vista por quienes tienen tan bajo sentimiento como motivo de orgullo “yo soy como Otelo, por eso mi vieja me respeta”, o en el peor de los casos "yo creo que mi gordo ya no me quiere porque ya no me cela".
Hay que aclarar que de acuerdo a la terapia racional emotiva hay dos tipos de celos: el moderado, que es el sentimiento del común de los mortales, molesto pero tolerable. El otro es el patológico, que pensándolo bien es más común que el anterior para la media de humanos, pues es donde entran los elementos dramáticos del asunto; inseguridad, auto-compasión, hostilidad, depresión, etc. Es decir, el mero material para novelas, películas, obras de teatro e interpretaciones diversas. Yo le pondría una tercera tipología que llamaría natural y que, bueno, sería la lógica reacción cuando frente a nuestros propios ojos la pareja esté felizmente puliendo nuestra cornamenta, pues en estos casos no reaccionar más bien obedecería a otras causas que pueden ser autismo, desinterés o incluso hasta alivio cuando el cornúpeto en cuestión buscaba la manera de cambiar de aires y no había encontrado pretexto.
Digamos pues que la moderada y la natural son como ronchas naturales y es la patológica la que sirve como ejemplo de la innegable estupidez humana.
El rudimentario sentido de la propiedad privada, aunado al dudosamente honroso machismo mexicano han hecho que gracias a la educación de papi y mami (trasmitida a ellos por sus padres y así sucesivamente) pensemos que iniciar una relación sentimental es adquirir contrato de propiedad de un objeto (pensando así, digamos que el noviazgo es como un alquiler) y por ende podemos disponer de este como mejor nos plazca y endilgarle de inmediato el sentido de dependencia mutante (es decir, el que la educación machista ha logrado, no la natural y moderada hacia nuestros seres queridos) y extender como enredadera una serie de ramas para amarrar al objeto (no voy a usar el término de pareja) y protegerlo no de que algo malo le pueda suceder, sino de que alguien pretenda arrebatárnoslo y ¡Oh, desgracia fatal! Quedemos a merced del destino en este valle de lágrimas, señalados por la sociedad que nuestra espalda dirá “miren, allá va el cornudo”, cuando lo que deberían de decir si el mundo fuera bueno sería “ese de allá es re trucha para las muchachas”.
Tan arraigado se encuentra este sentido que cuando en las noticias vemos que alguien mató por celos a su esposa el pensamiento común es “qué bueno, por güila”, y si después de eso el tipo se colgó por despecho se le agrega el “pobrecito, ¡pues cómo sufría!”. En la pieza de Shakespeare como espectadores sabemos que todo es una farsa preparada por Yago que funciona por el cretinismo de Otelo, el cual sustenta la veracidad del engaño en lo que el compadre le dice y el hecho estúpido de un pañuelo plantado en el cuarto de Casio ¿Qué vio? Nada en realidad, por eso nos ponemos del lado de la pobre mujer, en cambio la vida real nos muestra que siempre el celoso ajusticiador es el de la razón.
Por eso en verdad os digo que siento lástima por esas criaturas inferiores cuya capacidad mental se encuentra tan terriblemente atrofiada. Y no es baño de pureza, todos hemos pasado por esto alguna vez, hay quienes disponen de una capacidad neuronal para superarlo, otros no y en tanto seguirán siendo material para recrearnos con los dramones lacrimógenos de sus edípicos procederes. Yo en tanto voy a ver que diablos hace mi vieja, que hace media hora no se reporta.

viernes, 18 de julio de 2008

Homenaje a Ibargüengoitia I


El pasado 22 de enero el Maestro (así, con mayúscula) Jorge Ibagüengoitia hubiese apagado 80 velas en su pastel de cumpleaños, en cambio, el 26 de noviembre siguiente recordaremos con pesar el vigésimo quinto aniversario del funesto día en que se le ocurrió tomar un avión que habría de desplomarse en Madrid. Como ambas fechas son dignas de ser recordadas en el calendario de efemérides nacionales, mi homenaje personal será recordarlo mes con mes hasta noviembre difundiendo textos de su pluma, en esta ocasión comienzo con uno tomado de Instrucciones para vivir en México, compilación que hiciera Guillermo Sheridan de los artículos que publicaba don Jorge en Excelsior, muestra de su inigualable e irrepetible talento.


Malos Hábitos
Levantarse temprano

El viernes pasado encontré en Revista de Revistas un artículo escrito por mi buen amigo Loubet que es una especie de oda a los que se levantan temprano. Además de bien escrito está bien ilustrado. Allí aparecen los panaderos, los lecheros, los barrenderos, los que van a hacer ejercicio en Chapultepec, los niños que piden aventón para llegar a clase de siete, etcétera. Esta lectura, unida a la circunstancia de que hoy tuve que levantarme a las cinco de la mañana, me han hecho recapacitar y llegar a la conclusión de que francamente, levantarse temprano no sólo es muy desagradable, sino completamente idiota. Ahora comprendo que los últimos veinte años los he pasado en un mundo dado a la molicie. —Paso por ti cuando reviente el alba. Es decir, a las nueve y media de la mañana —dicen mis amigos. Pues sí, un mundo dado a la molicie del que no pienso salir. Los efectos de madrugar son de muchas índoles, pero todos ellos corrosivos de la personalidad. Hay quien se levanta temprano a fuerzas, se para frente al espejo a bostezar y a arreglarse el cabello y la cara con el objeto de dar la impresión de que se lavó. Este intento generalmente es patético. Si alcanza lugar sentado en el camión que lo lleva al trabajo se duerme sobre el hombro del vecino, desayuna en la esquina del lugar donde trabaja unos tamales, o bien dos huevos crudos metidos en jugo de naranja -que es una mezcla que produce cáncer en el intestino delgado- pasa la mañana sintiéndose infeliz, trabajando un poquito y quitándose las lagañas; se va de bruces en el camión de regreso, a las seis de la tarde. Los que se levantan temprano a fuerzas constituyen un grupo social de descontentos, en donde se gestarían revoluciones si sus miembros no tuvieran la tendencia a quedarse dormidos con cualquier pretexto y en cualquier postura. En vez de revolucionar, gruñen y dicen que el destino les hizo trampa. Los que madrugan por gusto son peores. —Yo siento que la cama materialmente me avienta a las cinco de la mañana. —Mal veo despuntar el sol, brinco de la cama, abro la ventana y pregunto “¿solecito, solecito, qué quieres de mí hoy?” —Cuando me estoy rasurando oigo el canto del primer jilguero, después, un regaderazo con agua helada, me seco con una toalla especial de ixtle para que me abra el poro, y por último mi té de boldo. Quedo como nuevo. Esta clase de gente tiene la costumbre de salir a la calle de noche y caminar con paso vivaz por el centro del asfalto —le temen a la banqueta, porque creen que hay gente agazapada en los zaguanes, lista para asaltarlos; no se dan cuenta de que los asaltantes están dormidos a esa hora— dejan a su paso una estela de agua de Colonia o talco desodorante que queda flotando en el ambiente hasta que pasa el primer autobús. Van a misa de cinco, a la Adoración Nocturna, a hacer ejercicio, a pasear un perro desmañanado, o, peor todavía, a despertar al velador del edificio para que les abra el despacho. Son por lo general, gente de dinero y creen que la fortuna que tienen se las concedió Dios nomás por el gusto que le da verlos levantarse temprano. Aconsejan esta práctica saludable a todo el que encuentran -en realidad no tienen otro tema de conversación, inventarían refranes si pudieran, como no pueden, repiten el consabido de “al que madruga, Dios le ayuda”, que es una afirmación que carece de fundamento histórico. Esta clase de personajes también tiene la tendencia a obligar niños a que les piquen la panza con el dedo. —Mira niño, es como de fierro. Aprende: estoy así porque me levanto temprano. Tengo sesenta años y mírame. Llegan a los sesenta como jóvenes, dando brinquitos y mueren de sesenta y uno, víctimas de una trombosis cuádruple. Los que inventaron que es bueno levantarse temprano son los que determinaron que los turnos de trabajo cambien rayando el sol, que los fusilamientos de lleven a cabo al amanecer, que se reparta la leche al alba, que no se permita la entrada de carga después de las siete de la mañana, etcétera. En resumen son los únicos responsables de que la ciudad empiece a funcionar a una hora de la que nada bueno puede esperarse. (18-vii-72)

domingo, 20 de abril de 2008

La lucha ¿por el petróleo?


La toma de las tribunas del Senado y la C��mara de diputados por parte de legisladores del FAP como parte de las acciones para detener la posible aprobaci��n de la propuesta de reforma energ��tica enviada por la presidencia de la Rep��blica ha tenido una serie de reacciones en el pa��s, de manera que se ha vuelto un tema central en el debate p��blico y le ha dado nuevos br��os a la alica��da imagen p��blica de Andr��s Manuel L��pez Obrador, sobre todo por la manera en que se ha manejado el caso a trav��s de los medios de comunicaci��n, que va del linchamento neur��tico de las televisoras nacionales al servilismo de La Jornada, con esta acci��n se di�� inicio a la discusi��n de lo que ser�� probablemente el tema m��s ��lgido en el pa��s en muchos a��os. Por eso me llama la atenci��n este art��culo de Jorge Zepeda Patterson, donde presenta algunos puntos y antes que hacer un juicio severo parece proponer un an��lisis m��s objetivo a los lectores.

Ya que comenz�� el debate entre nuestros supuestos representantes, creo que es importante conocer y compartir lo que pensamos los ciudadanos de a pie, esos que con nuestra erogaci��n de impuestos mantenemos a los tipos que deciden lo que se hace en el pa��s.
El art��culo est�� tomado de la edici��n online de El Universal y pueden verlo aqu�� en su contexto original.

��Qu�� hacemos con L��pez Obrador?

Jorge Zepeda Patterson

20 de abril de 2008


Ciertamente no es Hitler o Mussolini, pero es sorprendente la capacidad que tiene L��pez Obrador para provocar ronchas a muchos ciudadanos, particularmente entre los sectores conservadores. Una y otra vez reaccionan de tal manera que terminan por vigorizar la figura p��blica de El Peje.
El spot de televisi��n transmitido en horario triple A en que se le compara a Victoriano Huerta, Pinochet y similar cala��a por haber ordenado tomar el sal��n de sesiones de la C��mara, es tan desproporcionado y abusivo que ha resultado contraproducente. Para El Peje ha sido oro molido, pues confirma la noci��n de que existe una suerte de conspiraci��n de odio en su contra. De verdugo del Congreso ha pasado a ser v��ctima de la derecha todopoderosa.
No coincido con varias decisiones de L��pez Obrador y me parece que su estilo de liderazgo deja mucho que desear. Pero estoy convencido de que AMLO y las causas que representa son absolutamente indispensables para la salud de la Rep��blica. Cada vez que el tabasque��o habla en contra de las instituciones y convoca a la movilizaci��n, una legi��n de analistas y comentaristas se queja de su irresponsabilidad y primitivismo pol��tico. Como si se tratase de una anomal��a trasnochada en una sociedad democr��tica. ���Hay problemas pero estos deben resolverse mediante el di��logo���, se dice; ���los bloqueos y tomas de instituciones no caben en una sociedad con estado de derecho���, se afirma, con la convicci��n que s��lo podr��a tener un alem��n o un sueco.
El problema es que no vivimos en un estado de derecho, ni los problemas se resuelven con el di��logo, salvo que usted pertenezca al 20% de la poblaci��n de mayores ingresos. Todos los d��as miles de mexicanos humildes son v��ctimas de tribunales y autoridades que operan a favor del poderoso o del que ofrece m��s. H��blenle del estado de derecho a Lydia Cacho, a las v��ctimas de Ulises Ruiz en Oaxaca, a los campesinos que suplican a un funcionario que ya vendi�� su caso. M��s que un Estado de Derecho lo que padecemos es ���el derecho al Estado��� del que gozan algunos sectores privilegiados. ��C��mo podemos hablar de ���someterse al imperio de la ley��� cuando los que se enriquecieron con el Fobaproa, el mayor robo en la historia de la naci��n, lo hicieron legalmente?
La reforma energ��tica ofrece el mejor ejemplo. Si L��pez Obrador y sus contingentes no hubieran irrumpido con sus sudores y malas maneras (cito a un cr��tico) la reforma habr��a sido acordada entre futuros beneficiarios, funcionarios federales y legisladores pri��stas. Fueron los gritos y sombrerazos, las denuncias fundadas e infundadas de El Peje, lo que oblig�� a definir esta reforma en un espacio verdaderamente p��blico.
No s�� si al final de todo esto tendremos una buena reforma, pero estoy convencido de que ser�� mejor de la que podr��a haberse firmado tras bambalinas. En todo caso habr�� de ser m��s representativa del sentimiento de la comunidad en su conjunto y mucho menos cupular de la que ten��an cocinada. ��Qu�� no trata de eso la democracia? Desde luego, los m��todos de AMLO no son democr��ticos, pero son comprensibles si consideramos que los acuerdos ���democr��ticos��� son los que tienen que pasar y ser resueltos por Manlio Fabio Beltrones y Emilio Gamboa a partir de los intereses muy poco democr��ticos que ellos representan.
Insisto en que los mexicanos tenemos todo el derecho de desconfiar de la apertura al capital privado, habida cuenta de la cantidad de abusos que han generado privatizaciones y concesiones en el pasado. Eso no significa que debamos satanizarlas per se. Podr��an ser la ��nica soluci��n para el quebranto energ��tico que se avecina. Pero el Estado mexicano hasta ahora ha sido incapaz de impedir los excesos y abusos de los grupos privilegiados cada vez que ha abierto al mercado ��mbitos de la esfera p��blica. No es posible encarar la apertura de Pemex sin antes agotar la discusi��n de las maneras en que habremos de asegurarnos de que no se multipliquen los Carlos Slim o Roberto Hern��ndez, o peor a��n, los Bribiescas. Que tome 50 d��as o 100 ventilar estos asuntos es irrelevante si consideramos lo mucho que est�� en juego.
Es desagradable ver a los perredistas convertir la tribuna m��xima en un tianguis. Pero, bien mirado, es un costo menor si ello oblig�� a examinar con atenci��n el futuro del petr��leo, nada m��s y nada menos que el mayor patrimonio de este pa��s.
Hay un linchamiento medi��tico de L��pez Obrador que muchos est��n ���comprando���. Algunos se preguntan qu�� hacer con esta piedra en el zapato que constituye su movimiento. Yo dir��a que pese a su ret��rica y su populismo, L��pez Obrador es imprescindible. No empareja el marcador pero impide la goliza. Lo peor que podemos hacer es pretender que la inconformidad social no existe. ��Nos parecen de mal gusto sus expresiones? ��Y de qu�� gusto son las inequidades e injusticias que padece la mitad m��s pobre del pa��s? ��Qu�� cre��amos, que iban a votar cada seis a��os y sentarse a esperar a que llegue un empleo, un abogado honesto o un programa de gobierno?
L��pez Obrador no representa a los verdaderos pobres del pa��s, se dice con frecuencia. Quiz��. Pero canaliza la irritaci��n que entre muchos mexicanos genera esa pobreza. Su desconfianza hacia la apertura al capital privado es la desconfianza de muchos. Antes de lincharlo y repudiar sus m��todos habr��a que escuchar lo que nos est�� tratando de decir esa rep��blica olvidada que intenta hacerse presente.

viernes, 28 de marzo de 2008

Para documentar la estupidez humana III: Ser flaco



En algún momento a fines del siglo XX la vida perdió toda emoción. El desarrollo tecnológico alcanzó un nivel similar a la capacidad de razonamiento y luego despegó a gran velocidad dejando a este muy atrás, de una manera que Orwell no hubiera podido siquiera imaginar. Entre la marisma residual a este acontecimiento, la pérdida voluntaria del placer es una de las cosas más inexplicablemente absurdas que hayan sido concebidas.
En particular, en los días que corren –y al parecer así seguirá siendo por un buen tiempo- hay una prohibición mental socialmente aceptada para comer lo que a uno le venga en gana; la defenestración del planeta nos ha llevado a no poder comprar una simple fresa si antes no revisamos su procedencia, cantidad de calorías, carbohidratos, si es natural o transgénica y casi deseáramos que viniera con currículum integrado, en lugar de tomar en cuenta su color, aroma, grado de madurez y tamaño, que son las cosas que en realidad se disfrutan.
En una sociedad aséptica y obsesiva como la nuestra un plato de enchiladas acompañadas de una pieza de pollo frito con la piel doradita, mucha crema y salsa picante es considerado nocivo, prófugo de la justicia, casi un atentado contra natura y sobre todo, muy por debajo de un plato miserable e insípido pero bajo en calorías. Tal tendencia, que es la verdadera prófuga de la razón, se concreta y vuelve dogma por dos vertientes principales: la de la idea de que todo es potencialmente nocivo para la salud y en particular por la tiranía idiota de la moda, que nos dice que todo aquel que pase un kilo de su peso “normal” es un panzón irredento que no merece pertenecer a nuestra bonita comunidad de flacos anabólicos y flacas lollypops (o sea como paletas, un palo con una cabezota).
Recuerdo que mi abuela comía huevo por lo menos dos veces al día –si no preparaba algún delicioso platillo capeado, porque entonces la cuenta subía- y en la vida tuvo que preocuparse por el colesterol; tengo conocidos que siguen puntualmente todo lo contrario a lo que dictan los nutriólogos y siguen sanos, e incluso un servidor cuenta con largo historial de gourmet callejero, lo cual nunca me ha provocado daño alguno y por el contrario me ha creado lo que en el ámbito tragonil se llama “panza de chivo”, es decir un estómago acorazado de anticuerpos que lo mismo aguanta comida largamente refrigerada que unos tacos fuera de la más tenebrosa estación del metro sin mácula alguna. Sí, es cierto, la contaminación y el uso de productos químicos en los sembradíos y para engorda de animales ha reducido considerablemente la calidad de nuestros alimentos y repercutido en su sabor -baste recordar las frutas gringas, grandotas y llenas de color, pero insípidas como el demonio-, pero también lo es que aún podemos disfrutar cualquier tipo de alimento sin temor teniendo sólo un poco de cuidado y con nuestra marchanta de confianza.
Las dietas, una necesidad creada a partir de la moda anteriormente mencionada, me parecen absurdas salvo en los casos en que de ellas depende la salud, fuera de eso, lo bonito es ser tragón y no negarlo, digo, dichosos aquellos que pueden comer hasta hartarse, quien como ellos que puede hacerlo. Entonces, ¿por qué negarlo? Ni modo que por solidaridad con la parte de la humanidad que padece hambruna, no existen casos así. Por ello me da risa cuando veo a un persona a dieta babeando frente a un trozo de pastel de chocolate con betún de chantilly y una cereza coronando, y no tengo en reparo en pensar que bien merecida tienen la muerte aquellos que fallecen de anorexia, ambas cosas me parecen actos aberrantes de egolatría, una concepción torcida de estética y completa falta de respeto a sí mismo.
¿Donde quedarían -¡Oh dios!- Aquellas jamonas legendarias de nuestro cine, que no se volvían neuróticas por tener gruesos chamorros y moverlos con alegría?

Addenda:
Si, ya se que algunos que me conocen alegarán que digo esto porque estoy flaco a pesar de la manera en que como, pero les recuerdo que mi llanta de bicicleta tiende ya a parecer salvavidas integrado.