sábado, 26 de diciembre de 2009

Década 1 (I)


Los primeros rayos de luz del año 2000 me dieron de lleno en el ojo derecho para recordarme que era hora de ir al mercado República por un menudo que apaciguara los últimos vapores etílicos del siglo XX en mi cuerpo; agarré rumbo y me lancé a esas calles que finalmente no habían desaparecido como predijeron los eternos fatalistas e interpretadores de biblias, Nostradamus y mitologías varias que auguraban en el comienzo del milenio el fin del mundo como lo conocemos.
No imaginaba entonces la serie de señales que durante el año se dieron para formar el camino del planeta en esta nueva etapa (bueno, nueva de acuerdo al calendario gregoriano, que marca tanto el tiempo de occidente como el dominio ideológico del cristianismo); Bill Clinton fallaría en su intento de remediar de una vez por todas el estúpido conflicto árabe-israelí y la soberbia de Ariel Sharon habría de generar una nueva Intifada. Slobodan Milosevic se enteraría por medio de la TV que su leyenda como “Carnicero de los Balcanes” llegaba a su final junto con la República Socialista de Yugoslavia.
De este lado del continente, la avejentada Revolución Cubana cobraba un nuevo respiro cuando Fidel Castro comprendió el poder de los medios masivos de comunicación y en una coreografía sin par con el gobierno gringo realizó un incipiente reality show de la desgracia del niño náufrago Elián González, que sin deberla ni temerla se convirtió en icono de lucha contra el “imperialismo yanqui”, un golpe más para la administración Clinton, que tuvo dramático final con unas elecciones por demás dudosas para el supuesto país más democrático, merced a lo cual llegó a la silla el simio antropoide de George Bush Jr.
Para infortunio, no acababa de burlarme del destino del vecino norteño cuando me tocó el dudoso honor de anunciar en vivo desde el Consejo Estatal Electoral el triunfo en las urnas de Vicente Fox Quesada, candidato a la presidencia de la República por el ultraderechista PAN, nota que me llevó a tener que salir a tomar aire a la calle, sólo para darme cuenta del ambiente festivo desatado, ante el cual sólo pude pensar lo que anteriormente tenía preparado para USA: Los pueblos tienen el gobierno que se merecen.
Al menos para los tragos amargos pudimos disfrutar ese año de películas como Snatch, de Guy Ritchie; la maravillosa 9 Reinas de Fabián Bellinsky; Requiem por un sueño, de Aronofsky; Amores perros, buena película que gracias a la sobrevaloración que obtuvo puso a México en la mira internacional; la entrañable Casi Famosos y la pacheca Battle Royale, así como la durísima Viólame.
En la música no nos iba tan mal tampoco, Radiohead sacó a la venta Kid A, extraña pieza que ya ha sido declarada por toda serie de dudosas listas como el mejor de la década. Coldplay se aventaba con Parachutes; Lou Reed con su Ecstasy; el At The Drive In de Omar Rodríguez hacía lo propio con Relationship of command; Primal Scream con XTRMNTR; Björk traía el soundtrack de Dancer in the Dark en Selma Songs y Muse empezaba a abrirse camino con el magnífico Showbiz. Uno pensaba que al menos en cine y música podría librarse de las desolaciones del tiempo e Internet comenzaba a ser un espacio de intercambio importante, el campo donde la voracidad de las disqueras y distribuidoras estaba siendo minada merced al trueque primitivo avalado por Napster, el programa de intercambio más extendido entonces, característica que le valió ser demandado por varias disqueras tras un berrinche de los mamarrachos de Metallica. El embate, sin embargo, sólo consiguió que Napster ampliara su número de usuarios; la primera gran batalla contra el sistema económico parecía estar dada a favor de los internautas… sin embargo Napster cedió y se vendió a Bertelsmann para empezar a cobrar por descarga a partir de 2001.
El Zeitgeist de la década estaba echado.

miércoles, 9 de diciembre de 2009

Panegírico de Ileana


Sería falso de mi parte decir que fui amigo íntimo de Ileana Illescas, no lo haré. Nos conocimos hace más de 15 años, cuando hacía mis pininos en el teatro y ella era ya una actriz consagrada; recuerdo que la primera vez que la vi actuando pensé que era la mejor actriz que había visto en vivo hasta entonces y lo curioso es que ahora sigo pensando lo mismo.
Seguí con avidez cuanto hacía en teatro, cine o tv desde entonces, siempre con la predisposición de que me gustara lo que hacía, así subjetivamente, y no hubo manera de hacerme cambiar de opinión. Muchas veces la vi ir y venir en su bicicleta, siempre portando su hermosa sonrisa como carta de presentación para asombrar al mundo, con esa chispa tremenda que ponía a todos de buenas, con su palabra amorosa para saludar, esa luminosidad cegante que pocas personas poseen.
Un día, sin mayor lazo mutuo, platicó conmigo de cosas dolorosas por las que yo pasaba, con ese amor encabronado que irradiaba y la paz consiguiente que dejaba tras las charlas. Me dejó noqueado.
Sólo tuve una oportunidad de verla este año, esperaba que se diera una más este sábado en el festival organizado en su honor. Ya no la veré en persona, pero se que veré en todos los participantes algo de ella, un cachito, como el que ha quedado en mi.

domingo, 6 de diciembre de 2009

Para documentar la estupidez humana VI. El amor


Estoy casi seguro que el tema del que más se ha escrito es el amor (carnal, que es el tema) y se ha hecho de todas las maneras posibles, aunque en la mayoría de una forma condescendiente para un sentimiento que viéndolo fríamente es más un estorbo que una fortuna, como se pretende hacernos creer.

Como sabiamente lo describió Schopenhauer, el amor es en esencia una sublimación del instinto primario de reproducción de la especie, sublimación que se estaciona al lado de la irracionalidad desde el inicio de los tiempos y que funciona para proporcionarnos un sentimiento de seguridad y bienestar consistente en la delegación de las debilidades propias para que sean veladas por la pareja.

El problema no es el sentimiento en sí, si no la negación del raciocinio que le es implícita, la cual irremediablemente lleva a estadías de sufrimiento cíclico que la persona se niega a remediar por mantener tercamente la fe en el ser amado, algo que en la mayoría de los casos no es ya infructuoso sino francamente estúpido, por ello el insuperable aforismo de Georges Perros -“Amar es darle a alguien el derecho, cuando no el deber, de hacernos sufrir”- ilustra a la perfección la cláusula central de una relación amorosa, con lo cual queda demostrado el absurdo principio de masoquismo del sentimiento en cuestión.

Es por otra parte, vale resaltarlo, igualmente estúpido el tratar de mantener una vida sin sentirlo, toda vez que culturalmente hemos sido educados para establecer este intercambio sentimental de manera imprescindible para poder solventar adecuadamente las necesidades afectivas que nos son inherentes, y no me refiero al mero acto copulativo –que es una necesidad elemental, pero se puede practicar sin necesidad de que esté implícito el aspecto amoroso, que para eso es el acto más puramente animal de nuestra especie- si no al sentirse seguro, acompañado, comprendido y el resto de cuestiones que se intercambian en una relación. También está científicamente comprobado que el amor favorece a nuestro organismo a través de procesos que le benefician y ayudan a mantenerle saludable.

Mención aparte merece la aportación que los males de amor han brindado a las artes y menciono los males precisamente porque son estos los que se ven reflejados en las grandes obras que abordan el tema, pues ni siquiera en las festivas encontramos una historia que hable del amor como sentimiento terso; invariablemente los personajes sufren por las más variadas circunstancias provocadas por el amor, sufrimiento que –también invariablemente- es tramposa y malamente escondido con el triunfo final de los enamorados, ejemplo más claro no hay que el cierre típico del “y vivieron felices para siempre”, tan cursi y absurdo como improbable.

El amor pues, lleva a una serie de obstaculizaciones para una vida normal que vienen siempre acompañados de una ceguera voluntaria que afectan tanto a la persona que lo padece como a sus cercanos e incluso a terceros que no tendrían por qué padecer los problemas ajenos que se dan por ejemplo en lo laboral con los sufrientes que bajan de manera considerable su desempeño desencadenando así las mencionadas molestias. Iba a mencionar también como mal los suicidios causados por el amor, pero pensándolo bien es un aspecto positivo que aporta su grano de arena a remediar el exceso de población del planeta.

Dicho de otra manera, si fuésemos mejor criados, como personas seguras y auto suficientes, las relaciones amorosas seguramente alcanzarían un grado de raciocinio permisible para que pasara a ser un sentimiento netamente positivo, sin embargo como eso no va a suceder nunca, no pasará de ser mucho más que un pretexto para escuchar boleros rancheros.