sábado, 5 de abril de 2014

Salvador Nava, a 100 años




Recuerdo que era un domingo y la tradición familiar de convivir con los tíos en el edificio de departamentos horizontales que compartíamos con familia cambió de su forma acostumbrada para salir cayendo la tarde todos hacia el centro de la ciudad; cruzamos el oscuro pasaje hidalgo cortando por Arista y luego por Damián Carmona para llegar a la Plaza de los Fundadores, abarrotada de gente, yo no tenía idea de qué sucedía ni por qué estaba allí, mi padre me cargó sobre sus hombros y me sorprendió primero la cantidad de gente. Luego escuché una melodía hipnótica que dio paso a que un hombre de alrededor de setenta años tomara el micrófono y comenzara a hablar como no había escuchado antes. Yo tenía siete y no comprendí del todo, pero la respuesta que la gente daba a sus palabras me deslumbró de una manera que me habría de marcar adelante en mi vida. El orador era el doctor Salvador Nava Martínez.
La formación que tuve en ese tiempo, leyendo a Quino, Rius y otros autores de vena crítica, me encendía, poco después un miembro externo a la familia me explicó lo que había sucedido en el referido encuentro de Fundadores y me mostró un libro viejo que contenía textos e imágenes reveladoras: se trataba de La grieta en el yugo, de Antonio Estrada, donde se narra la primera etapa del movimiento encabezado por el doctor Nava a fines de los años cincuenta y principios de los sesenta. Yo preguntaba mucho y las respuestas generaban más preguntas, lo que me indujo a otras lecturas que alimentaron mi inclinación temprana por la izquierda y los movimientos democráticos.
Cuatro años más tarde jugaba en la calle donde nací, en el centro histórico de San Luis, un primero de enero y de pronto vimos una densa estela de humo negro. Intrépidos como éramos entonces, subimos a una azotea y ubicamos la fuente cerca de la Plaza de Armas, bajamos corriendo a avisar a nuestros padres, pero ellos ya estaban al tanto, se trataba de un acto violento para reprimir a los manifestantes navistas que protestaban por el robo de la elección municipal.
Más tarde vimos las escenas de violencia oficial contra los manifestantes a través del local Canal 13, que pronto vio cortada su trasmisión -después supimos, por órdenes del gobierno del estado-. Antes de eso pudimos ver como un personaje golpeaba con un tubo a una de nuestras vecinas, una señora mayor de edad, el agresor era Julio Ceballos, hoy auto proclamado paladín de la justicia y quien en ese día en específico tuvo a cargo el operativo para disolver la manifestación a como diera lugar, primordialmente con el uso de la fuerza.
Esos sucesos, y el estudio de las acciones emprendidas por su parte desde 1958, forjaron mi admiración y respeto por el doctor Salvador Nava Martínez; participé en sus movimientos posteriores aun sin edad para votar, pero difundiendo abiertamente su ideario político y las acciones emprendidas en pos de un San Luis Potosí democrático y con una fuerza de la sociedad civil como no se daba en el resto de la República, tal como parte de mi familia lo hacía, sin inscribirse tácitamente en la forma política de esa causa, siempre observamos filtraciones que iban del oficialismo a la desvirtuación del movimiento, estuvimos de cierta manera en las múltiples acciones que emprendían los navistas, sobre todo en 1991, cuando el descaro del fraude electoral le dio una victoria usurpada para la gubernatura a Fausto Zapata Loredo, vehículo del salinismo.
La historia de mis cercanos no será contada ya que nunca nos inclinamos por los partidismos oficiales, luego de la muerte del doctor en 1992 sentimos que no había una fuerza equivalente para seguirlos apoyando, aun con el respaldo que dimos en las subsecuentes ocasiones al ingeniero Guillermo Pizzuto Zamanillo.
Pocos años después vi con entusiasmo la participación de los herederos del navismo en la lucha del Ejército Zapatista de Liberación nacional, pero la situación había cambiado; los intereses de orden político ya no empataban con los del civismo que agrupaba a la sociedad en su conjunto. Con tristeza vimos caer uno a uno a los posibles continuadores del legado de Nava.
Hoy, a cien años de su natalicio es preponderante recordarle como la figura política y ciudadana más relevante del siglo veinte en San Luis Potosí, pero también es momento de pensar en qué momento nos ganó la cobardía y la zona de confort que proporciona el mencionarlo sin comprometerse. Hoy más que nunca me gustaría gritar ¡Nava vive, la lucha sigue! Pero creo que el eco resultará muy distorsionado.