lunes, 27 de octubre de 2008

Homenaje a Ibargüengoitia IV

Pues ya falta un mes para el 25 aniversario luctuoso del maestro y nada más no se ve por donde se le vaya a hacer justicia, ellos se lo pierden dando realce a campañas para causas baladíes o nombrando calles con apelativos de gente que no recordarán en dos años.
Les dejo ahora un fragmento del texto en el cual Ibargüengotia estaba trabajando cuando con mal tino se le atravesó la muerte, que era uno de esos de corte autobiográfico aderezado con su fino humor negro. Se llamaba Isabel cantaba para ese tiempo, aunque ya había cambiado de título varias veces y Joy Laville afirma que en realidad para cuando el accidente ya había cambio de identidad por Los amigos. Letras libres publicó en febrero de este año una versión más extendida de la que les presento, visítenla los que se queden picados.

Isabel Cantaba

Isabel cantaba. Tenía buena voz pero lo importante es que cuando cogía una guitarra se transformaba: establecía con el instrumento una intimidad que atraía a los que la observaban. Isabel decía que “se entregaba” al cantar. Es posible: que ella se entregara y que los que la veíamos la imagináramos entregándose a cada uno con el mismo abandono que a la guitarra.
La conocí en un día de campo al que Pablo Escarpia me invitó porque quería presentarme a una actriz amiga suya, dijo. Después de la comida Isabel cogió la guitarra, se sentó en unas piedras, cantó “Quiero volver” y yo me enamoré de ella. Sentí que tenía que inventar algo para verla otra vez.
–Voy a hacerte una estrella –le dije.
La cité en los estudios para hacerle una prueba. Isabel era actriz de teatro y su ambición era entonces hacer el papel de Medea. Quería decir ante la cámara una parte del soliloquio, yo mandé al utilero por una guitarra y la hice cantar “Quiero volver”. Lo hizo con tanta pasión que cuando dije “corte” los manuales aplaudieron. Cuando vi la prueba en la pantalla me emocioné casi tanto como en el día de campo.
En este punto interviene el destino: Rotonda L’Aiglon rechazó el papel que tenía en El ogro dos días antes de que empezáramos a filmar. Provocó una situación que parecía desesperada, porque en ese momento no había en México una actriz conocida, buena o mala, que no estuviera filmando y Carlos Belfonte, el actor principal, tenía que comenzar otra película al cabo de tres semanas. Gregorio Spada, el productor, no hallaba qué hacer, gracias a eso logré que viera la prueba de Isabel. No aplaudió como los manuales –a Gregorio no le gustan las mujeres– pero dijo:
–Ponla mañana a hacer el papel, a ver si puede con él.
Al día siguiente Isabel estaba nerviosa, pero yo le di órdenes precisas:
–Estás tratando de descubrir el motivo del suicidio de tu padre, atraviesas al cuarto y vienes a pararte frente a la ventana.
Desde entonces tenía un andar admirable. Filmarla era como seguir con la cámara a una pantera. Carlos Belfonte quedó favorablemente impresionado.
–Tiene madera de actriz –me dijo, mirando las nalgas de Isabel.
Al día siguiente Gregorio aceptó darle el papel, Isabel estaba feliz, fue a mi despacho a darme las gracias y me besó. Yo traté de hacer el amor con ella allí mismo, pero se resistió.
–No puedo –me dijo.
–Vamos a otro lado.
–No insistas –me pidió– porque tendría que rechazar el papel.
–¿Por qué no? –pregunté.
–Amo a Ricardo.
Era el marido. Yo lo había conocido en el día de campo: “soy un hombre de negocios”, había dicho; le decía a su mujer “querida”. Miré a Isabel a los ojos y dije para mis adentros:
–Antes de tres semanas voy a tenerte en la cama.
Modificamos el papel de El ogro para meter una canción a fuerzas. Durante la filmación los manuales se peleaban por llevar la silla de Isabel. Gregorio observaba.
–¿Te has dado cuenta, Paquito –me dijo un día–, que la mitad del personal quisiera irse a la cama con la primera actriz?
No supe qué contestar. Gregorio siguió hablando:
–Es señal de que la película va a gustar al público. –Y fue a una mesa que estaba allí cerca a tocar madera.
No me importaba que otros tuvieran las mismas intenciones que yo, porque era el director y estaba en primer lugar. Cuando filmábamos ponía atención a Isabel, pero la trataba con brusquedad. Un día le dije, por ejemplo:
–No abras tanto la boca cuando dices “te amo” porque se te ve hasta la campanilla.
Carlos Belfonte me reprochó:
–Eres muy grosero con ella.
En otra ocasión dije a Isabel:
–Te peinas como María Félix. ¿Por qué no te restiras el pelo y nos dejas ver tu cara tal como es y no en medio de esa aureola ridícula?
Isabel se quedó sin aliento pero cambió de peinado. Hizo bien: ahora las mujeres se peinan como Isabel Aparicio y esto ocurrió gracias a mí.
Mi despotismo nomás duraba ocho horas, al terminar el trabajo los papeles se trastocaban.

Yo le decía:
–¿Quieres que te lleve a tu casa?
Y ella me contestaba:
–Gracias, pero Ricardo me está esperando.
Ricardo estaba en el estacionamiento, sentado adentro del coche, un Studebaker azul, de aquellos que parecían mariposas. Era tiempo de lluvias, Isabel iba a encontrarlo corriendo, cubriéndose con el libreto.
Isabel tenía buen carácter. Nunca habíamos hecho una película en que la primera actriz causara menos problemas; no tuvo pleitos ni con la maquillista, cosa notable. Gregorio estaba contento.
–Si El ogro no es un desastre –me dijo– contrato a Isabel por tres años.
Supimos que no iba a ser un desastre el día del estreno: Isabel acabó cantando “Quiero volver” en la rueda de prensa. Carlos Belfonte se molestó un poco y se fue a su casa temprano. Gregorio invitó a los demás a su departamento. Cuando entré en el salón, él estaba tocando “Blue Moon”, una de las tres piezas que sabe, Isabel estaba de espaldas a mí, apoyada en el piano. Sentí de pronto una ternura muy grande y fui directamente hacia ella, estuve a punto de acariciarla pero no me atreví, me acerqué hasta sentir el calor de su cuerpo. Cuando comprendió que había alguien atrás se dio la vuelta y al verme su rostro se transformó, sonrió y me tomó de ambas manos.
–Todo lo que ha pasado –me dijo– te lo debo a ti. No sé qué hacer para agradecerte. Yo sí sabía pero no se lo dije. Su gesto y la frase me habían conmovido.

viernes, 10 de octubre de 2008

Píscore

De las muy escasas cosas que ahora me provocan sonreír destacan Les Luthiers, genios absolutos demostrando su potencial en mi gag favorito: