sábado, 26 de diciembre de 2009

Década 1 (I)


Los primeros rayos de luz del año 2000 me dieron de lleno en el ojo derecho para recordarme que era hora de ir al mercado República por un menudo que apaciguara los últimos vapores etílicos del siglo XX en mi cuerpo; agarré rumbo y me lancé a esas calles que finalmente no habían desaparecido como predijeron los eternos fatalistas e interpretadores de biblias, Nostradamus y mitologías varias que auguraban en el comienzo del milenio el fin del mundo como lo conocemos.
No imaginaba entonces la serie de señales que durante el año se dieron para formar el camino del planeta en esta nueva etapa (bueno, nueva de acuerdo al calendario gregoriano, que marca tanto el tiempo de occidente como el dominio ideológico del cristianismo); Bill Clinton fallaría en su intento de remediar de una vez por todas el estúpido conflicto árabe-israelí y la soberbia de Ariel Sharon habría de generar una nueva Intifada. Slobodan Milosevic se enteraría por medio de la TV que su leyenda como “Carnicero de los Balcanes” llegaba a su final junto con la República Socialista de Yugoslavia.
De este lado del continente, la avejentada Revolución Cubana cobraba un nuevo respiro cuando Fidel Castro comprendió el poder de los medios masivos de comunicación y en una coreografía sin par con el gobierno gringo realizó un incipiente reality show de la desgracia del niño náufrago Elián González, que sin deberla ni temerla se convirtió en icono de lucha contra el “imperialismo yanqui”, un golpe más para la administración Clinton, que tuvo dramático final con unas elecciones por demás dudosas para el supuesto país más democrático, merced a lo cual llegó a la silla el simio antropoide de George Bush Jr.
Para infortunio, no acababa de burlarme del destino del vecino norteño cuando me tocó el dudoso honor de anunciar en vivo desde el Consejo Estatal Electoral el triunfo en las urnas de Vicente Fox Quesada, candidato a la presidencia de la República por el ultraderechista PAN, nota que me llevó a tener que salir a tomar aire a la calle, sólo para darme cuenta del ambiente festivo desatado, ante el cual sólo pude pensar lo que anteriormente tenía preparado para USA: Los pueblos tienen el gobierno que se merecen.
Al menos para los tragos amargos pudimos disfrutar ese año de películas como Snatch, de Guy Ritchie; la maravillosa 9 Reinas de Fabián Bellinsky; Requiem por un sueño, de Aronofsky; Amores perros, buena película que gracias a la sobrevaloración que obtuvo puso a México en la mira internacional; la entrañable Casi Famosos y la pacheca Battle Royale, así como la durísima Viólame.
En la música no nos iba tan mal tampoco, Radiohead sacó a la venta Kid A, extraña pieza que ya ha sido declarada por toda serie de dudosas listas como el mejor de la década. Coldplay se aventaba con Parachutes; Lou Reed con su Ecstasy; el At The Drive In de Omar Rodríguez hacía lo propio con Relationship of command; Primal Scream con XTRMNTR; Björk traía el soundtrack de Dancer in the Dark en Selma Songs y Muse empezaba a abrirse camino con el magnífico Showbiz. Uno pensaba que al menos en cine y música podría librarse de las desolaciones del tiempo e Internet comenzaba a ser un espacio de intercambio importante, el campo donde la voracidad de las disqueras y distribuidoras estaba siendo minada merced al trueque primitivo avalado por Napster, el programa de intercambio más extendido entonces, característica que le valió ser demandado por varias disqueras tras un berrinche de los mamarrachos de Metallica. El embate, sin embargo, sólo consiguió que Napster ampliara su número de usuarios; la primera gran batalla contra el sistema económico parecía estar dada a favor de los internautas… sin embargo Napster cedió y se vendió a Bertelsmann para empezar a cobrar por descarga a partir de 2001.
El Zeitgeist de la década estaba echado.

miércoles, 9 de diciembre de 2009

Panegírico de Ileana


Sería falso de mi parte decir que fui amigo íntimo de Ileana Illescas, no lo haré. Nos conocimos hace más de 15 años, cuando hacía mis pininos en el teatro y ella era ya una actriz consagrada; recuerdo que la primera vez que la vi actuando pensé que era la mejor actriz que había visto en vivo hasta entonces y lo curioso es que ahora sigo pensando lo mismo.
Seguí con avidez cuanto hacía en teatro, cine o tv desde entonces, siempre con la predisposición de que me gustara lo que hacía, así subjetivamente, y no hubo manera de hacerme cambiar de opinión. Muchas veces la vi ir y venir en su bicicleta, siempre portando su hermosa sonrisa como carta de presentación para asombrar al mundo, con esa chispa tremenda que ponía a todos de buenas, con su palabra amorosa para saludar, esa luminosidad cegante que pocas personas poseen.
Un día, sin mayor lazo mutuo, platicó conmigo de cosas dolorosas por las que yo pasaba, con ese amor encabronado que irradiaba y la paz consiguiente que dejaba tras las charlas. Me dejó noqueado.
Sólo tuve una oportunidad de verla este año, esperaba que se diera una más este sábado en el festival organizado en su honor. Ya no la veré en persona, pero se que veré en todos los participantes algo de ella, un cachito, como el que ha quedado en mi.

domingo, 6 de diciembre de 2009

Para documentar la estupidez humana VI. El amor


Estoy casi seguro que el tema del que más se ha escrito es el amor (carnal, que es el tema) y se ha hecho de todas las maneras posibles, aunque en la mayoría de una forma condescendiente para un sentimiento que viéndolo fríamente es más un estorbo que una fortuna, como se pretende hacernos creer.

Como sabiamente lo describió Schopenhauer, el amor es en esencia una sublimación del instinto primario de reproducción de la especie, sublimación que se estaciona al lado de la irracionalidad desde el inicio de los tiempos y que funciona para proporcionarnos un sentimiento de seguridad y bienestar consistente en la delegación de las debilidades propias para que sean veladas por la pareja.

El problema no es el sentimiento en sí, si no la negación del raciocinio que le es implícita, la cual irremediablemente lleva a estadías de sufrimiento cíclico que la persona se niega a remediar por mantener tercamente la fe en el ser amado, algo que en la mayoría de los casos no es ya infructuoso sino francamente estúpido, por ello el insuperable aforismo de Georges Perros -“Amar es darle a alguien el derecho, cuando no el deber, de hacernos sufrir”- ilustra a la perfección la cláusula central de una relación amorosa, con lo cual queda demostrado el absurdo principio de masoquismo del sentimiento en cuestión.

Es por otra parte, vale resaltarlo, igualmente estúpido el tratar de mantener una vida sin sentirlo, toda vez que culturalmente hemos sido educados para establecer este intercambio sentimental de manera imprescindible para poder solventar adecuadamente las necesidades afectivas que nos son inherentes, y no me refiero al mero acto copulativo –que es una necesidad elemental, pero se puede practicar sin necesidad de que esté implícito el aspecto amoroso, que para eso es el acto más puramente animal de nuestra especie- si no al sentirse seguro, acompañado, comprendido y el resto de cuestiones que se intercambian en una relación. También está científicamente comprobado que el amor favorece a nuestro organismo a través de procesos que le benefician y ayudan a mantenerle saludable.

Mención aparte merece la aportación que los males de amor han brindado a las artes y menciono los males precisamente porque son estos los que se ven reflejados en las grandes obras que abordan el tema, pues ni siquiera en las festivas encontramos una historia que hable del amor como sentimiento terso; invariablemente los personajes sufren por las más variadas circunstancias provocadas por el amor, sufrimiento que –también invariablemente- es tramposa y malamente escondido con el triunfo final de los enamorados, ejemplo más claro no hay que el cierre típico del “y vivieron felices para siempre”, tan cursi y absurdo como improbable.

El amor pues, lleva a una serie de obstaculizaciones para una vida normal que vienen siempre acompañados de una ceguera voluntaria que afectan tanto a la persona que lo padece como a sus cercanos e incluso a terceros que no tendrían por qué padecer los problemas ajenos que se dan por ejemplo en lo laboral con los sufrientes que bajan de manera considerable su desempeño desencadenando así las mencionadas molestias. Iba a mencionar también como mal los suicidios causados por el amor, pero pensándolo bien es un aspecto positivo que aporta su grano de arena a remediar el exceso de población del planeta.

Dicho de otra manera, si fuésemos mejor criados, como personas seguras y auto suficientes, las relaciones amorosas seguramente alcanzarían un grado de raciocinio permisible para que pasara a ser un sentimiento netamente positivo, sin embargo como eso no va a suceder nunca, no pasará de ser mucho más que un pretexto para escuchar boleros rancheros.

domingo, 21 de junio de 2009

Algo sobre mi padre



Me empecé a interesar en el arte gracias al Libro Vaquero. Quizá poco antes, con los comics de Cantinflas Show, pero me gusta pensar que la raíz de todo fueron aquellas sosas aventuras de vaqueros llenas de mujeres voluptuosas, borrachines de Saloon, Apaches despistados y gringos malalma que llenaban las páginas de esa historieta.

Recuerdo que un día –los sábados regularmente acompañaba a mi padre a la bodega en el mercado de abastos para aprender el oficio, de tomatero y chilero en nuestro caso- estaba aburrido al mediodía y para entretenerme tomé un ejemplar del Libro Vaquero, hasta que mi padre volteó a ver qué hacía y se dirigió hacia mi, me dijo que no debía leer eso, que lo esperara, entonces lo ví cruzar la calle hasta el puesto de revistas, seleccionar algo y regresar, traía en la mano el número 1 de Joyas de la literatura, que era una adaptación de Romeo y Julieta, y me la dio pidiéndome que no siguiera leyendo la basura de historieta western que aún tenía en las manos.

La historia me golpeó. Aún a mis diez años pude darme cuenta que la adaptación no podría ser sino algo muy menor respecto a la obra original y quise leer el texto, recuerdo que incluso al final de la adaptación había una leyenda que decía: “Estimado lector, si le gustó esta adaptación, no dude en buscar la obra original”. Le pedí a mi padre que me comprara el libro.

A partir de entonces me volví seguidor de esa historieta y de Novelas inmortales, ambas eran adaptaciones pobres, pero gracias a ellas me interesé en leer a London (El Vagabundo de las Estrellas, me sigue impactando); Melville (Moby Dick fue una iluminación total); Bronte (Heathcliff, de Cumbres Borrascosas es alguien con quien siempre me identificaré); Stoker, Poe y Sheridan Le Fanu (El entierro de las ratas, Las aventuras de Arthur Gordon Pym y La profecía de Clostedd me volvieron fiel seguidor del horror).

Tal vez sin pensar en las repercusiones, mi padre se volvió mi mentor literario, un hombre que cursó apenas el segundo grado de educación básica fue mi primer y mejor maestro de literatura; recuerdo su cara cuando me veía consumiendo libros desaforadamente –de los 11 y hasta alrededor de los 25 leía unos tres por semana-.

Recuerdo también nuestras peleas. Mi ira contra la suya, descontroladas. Pero ante todo la mirada de orgullo con que me veía. Su infinita tristeza cuando reprobé un año en la prepa por no ir a clases. Mi promesa consecuente de no volver a fallarle.

Recuerdo a un tipo gordo y bajito con quien cantaba en las tardes El Barzón, que fue la única canción que aprendí a tocar en la guitarra de Paracho que me regaló a los 9 años. Lo recuerdo comiendo tallos de apio con mi hermana en las noches sabatinas de box. Besando a mi madre en un restaurante de la Feria Nacional Potosina.

Eso fue en la primera mitad de mi vida. He vivido tantos años como tenía el día en que murió. Y aún le sigo buscando, extrañando, deseando que todo sea un sueño y en un rato vuelva.

miércoles, 27 de mayo de 2009

Papiers collés (II)

Un diario íntimo alegre es inimaginable. Cuando un hombre se inclina hacia sí mismo, hacia su pasado inmediato, sólo recoge huellas de desastres.


Nunca hice nada que no fuera por placer. Sería mucho decir que no he hecho gran cosa.

Tener un destino, ¡qué idiotez! Es liberarse de todo destino lo que cuenta un poco.

No se necesita ser muy listo para pensar que todos los hombres quieren ser libres y no desdichados. Falso. Ellos quieren su libertad, no la del vecino. Quieren su dicha –o su desdicha- no la del vecino. Cuando dos libertades se juntan, es la guerra.


Uno no escribe porque está loco, si no para no enloquecer.


Escribir es alegre. Uno puedes escribir alegremente que se va a suicidar.


Cuanta razón tienen aquellos que niegan la inspiración. Basta leerlos.


No somos modernos porque empleamos nuevos procedimientos –en música, particularmente- sino porque sin ellos no sabríamos expresarnos.


La historia. ¿Por qué nunca he asistido a un gran acontecimiento? Más tarde me enteré. Me dijeron que estuve.


El arte moderno nos hace cambiar de calle para encontrar al arte moderno. El arte moderno dice nuestra precariedad. El arte antiguo decía nuestra muerte eterna. El arte moderno dice nuestra vida continuamente “agónica”. El hombre ya no tiene al tiempo “delante” de sí. Él es, siente serlo, el último hombre. (Es abusivo, pero así es.) por lo cual la noción de posteridad carece de sentido. Se trata de saber ahora o nunca. Vivir se ha vuelto absolutamente apasionante, a todo nivel de escala. Bataille lo había sentido. La soberanía.


Escribir es trasgredir una ley natural, ya que no es necesario escribir para vivir. No es por instinto de conservación que un hombre utiliza la literatura con fines, lo más frecuentemente, ineficaces. Se trata de comunicar lo que el lenguaje corriente se revela incapaz de restituir; escribir vendría a ser un acto de fraternidad ambigua, cuyos límites evidentes ya no dependen de nuestras relaciones inmediatas con los otros, sino de aquellas, misteriosas, que un hombre decide tener con la poesía de sus semejantes. Se que hay escritores. Lo que prueba que escribir es un oficio. De hecho es así para muchos. Pero ¿Cómo saber si es el oficio lo que cuenta, o bien su materia?

miércoles, 20 de mayo de 2009

Papiers Collés (I)

el 2 de enero de 1994 no acababa de reponerme del asalto mental que implicó la aparicion pública del EZLN cuando cayó en mis manos La Jornada Semanal, en aquellos legendarios tiempos en que la dirigía Roger Bartra; en la portada de la revista aparecía Leonel Maciel, chamanazo, lo cual me llevó a abrir con avidez sus páginas y para mi sorpresa me encontré con un artículo de Luis Eduardo Rivera titulado "Defensa de la razón poética" acerca del filósofo francés Georges Perros, seguido de una serie de aforismos seleccionados de los tres tomos de sus Papiers Collés. Dos cosas -el EZLN y el artículo- que cambiaron mi vida en esos lejanos días de pre estudiante universitario.
En razón de la escasez de información sobre este enorme autor en la red, comienzo a trascribir los aforismos de Papiers Collés para después seguirme con el artículo, sin permiso de La Jornada, vale decir, pero total, el chiste es difundir sus ideas:

El hombre se pertenece cuando ya no se compara a ningún hombre.

Conocer al hombre es quejarse de ser uno de ellos.

El amor es esta cosa estúpida sin la posibilidad del chispazo dialéctico, y es evidente que no es asunto para quienes tienen el alma enfebrecida. El amor es esa mirada cursi, ese entrelazamiento melodramático con fondo musical que sube de tono, ese personaje en el jardín, ese otro en el patio, que se ven por primera vez, que no saben nada de su vida en común. El amor es como si nunca hubiésemos respirado. Todo el pasado desaparece, se funde y toma el nombre de espera. “Te espero”, dice el enamorado. Pero es obvio que no es una cita común. No hay hora, no hay lugar preciso para esta espera, para este triunfo milagroso de una ausencia que de pronto toma prestados unos posibles rasgos, un cuerpo verdadero, al que podemos estrechar y que es precisamente el único cuerpo en el mundo capaz de responder al nuestro, ya que está igualmente desposeído. Dos ausencias que buscan la misma cosa en el mismo lugar.

Amar es dar a alguien el derecho –cuando no el deber- de hacernos sufrir.

Lo peor que puede ocurrirle a Dios es que el hombre ya no ponga en duda su existencia. Es también lo peor que puede ocurrirle al hombre.

Escribir es renunciar al mundo implorando al mundo que no renuncie a nosotros.

Es escritor todo individuo para quien la vida, es decir los otros y él mismo, el cielo, los acontecimientos, no tienen fin. Es escritor todo individuo que no se atreve a vivir francamente. Todo escritor valedero está enfermo (nada que ver con la salud física). Si este hombre peligroso no se refiere ni a los otros, ni al cielo, ni a los acontecimientos, ni a él mismo, se dirá que es poeta. Si por fin está a tal punto desapegado que la alternativa sólo tiene lugar bajo él, se podrá hablar de espíritu.

Es por lo tanto cierto que el mundo es detestable, ya que tantas personas influyentes lo han dicho. Los moralistas – entre otros- no han dicho otra cosa, como si decirlo les permitiera vivir un día más. La soledad siempre ha sido negativa. La vida en sociedad conduce al suicidio. Lo que de ninguna manera nos impide tener amigos y soportar el “yo te amo” del otro sexo. ¿Entonces? Juguemos. ¿Pero a qué? Ningún juego soporta dos vencedores. ¿Empate? Sí, empate ¿Pero cómo hacer el amor?

“Tener algo que decir”, la estúpida expresión. Pero no hay nada que decir, eso salta a los ojos y a todo el resto. Es por ello que uno habla, escribe, se mueve sin cesar; es por ello que uno vive, de alguna manera. Es el cielo, la flor, el burro, el mar, los que tienen algo que decir, los que nos suplican que les ayudemos en su difícil pronunciación, estruendosa o muda. La lengua es la herramienta que nos ha sido dada para ayudar a encontrarles, a ellos, su decir, su palabra. Los hombres se entrenan entre sí para conservar intacta esta herramienta. Ay de éstos si se creen los propietarios, o si piensan que está hecha para su uso personal. Para su miserable comercio. La lengua no puede hacer sino daño, o nada –la moral- a los hombres. Toda la dignidad de los hombres está en la sacralización de las cosas. Pensar que uno tiene algo que decir es peor que masturbarse, placer triste, pequeña muerte. Amén.

miércoles, 6 de mayo de 2009

Ballard, profeta de nuestro tiempo

Los lugares comunes describen la obra de J.G. Ballard como ciencia ficción ubicada en un futuro distópico, algo con lo que estoy en completo desacuerdo. Revisando su trabajo literario nos podemos dar cuenta que aunque sus textos bien pueden tener cabida dentro de la clasificación de ciertos sub géneros vinculados con la CF, el iluminismo que muestra en cada una de sus narraciones le vuelve más un visionario del futuro que un contador de historias imaginativo.

Tarde llega este homenaje, pero no quiero dejar de convidarles, como recuerdo a unos, presentación a otros, una pequeña muestra del inabarcable talento profético de uno de los escritores más importantes de la segunda mitad del siglo XX a través de una selección de citas que demuestran su capacidad profética y espero los mueva a buscar y devorar su obra.


El único y verdadero planeta alienígena es la tierra.


Asumiendo que la única cosa cierta acerca del futuro es que va a ser aburrido, el papel que desempeñará la ficción imaginativa se convierte en más y más importante para la supervivencia.

Si se tiene que categorizar el futuro en una sola palabra, esa palabra sería hogar.


Así como el siglo XX ha sido la era de la movilidad y su mayor exponente el automóvil, así la próxima era será una en donde en vez de buscar aventuras a través de los viajes, uno va a crear los suyos propios, de la forma que uno elija, en su casa. El individuo promedio tendrá todos los recursos de un estudio moderno de TV, conectado a procesadores increíblemente sofisticados y poderosos.


La ayuda electrónica, particularmente las computadoras domésticas, ayudarán a la migración interna, la opción de salir de la realidad.

La realidad no será ya lo de fuera, sino lo que hay dentro de tu cabeza; será comercial y desagradable al mismo tiempo.


En un mundo completamente cuerdo, la locura es la única libertad.


Lo que nuestros niños deben temer no es a los autos en las vías del mañana, sino a nuestro propio placer por calcular los más elegantes parámetros de sus muertes.


Debo resumir mi temor sobre el futuro en una sola palabra: aburrido. Y ese es mi único miedo: que todo ha sucedido ya, nada excitante, nuevo o interesante volverá a pasar… el futuro será un vasto, conformista, suburbio del alma.


Y mi favorita:

… lo que es interesante ahora es que el tiempo se está acortando entre lo que es “rebelde” –“revolucionario”- y la “total aceptación social”.

En el futuro vas a tener una idea nueva radical, pero dentro de tres minutos estará totalmente aceptada y a la venta en el supermercado más cercano.



P.D.

Para ser sincero, solamente he leído un puñado de sus novelas, sin embargo sigo buscando en todo momento su obra, escasamente publicada en México. en calidad de mientras les recomiendo de menos las que han tenido adaptaciones cinematográficas y por ende son más fáciles de conseguir (con el libro con la portada de la película, claro): El imperio del sol, Crash y Exhibición de atrocidades. Además, si las encuentran, no se pierdan Noches de cocaína y sobre todo Isla de concreto, uno de los libros que más me han marcado.

Larga vida a Ballard, inconmensurable maestro.



miércoles, 7 de enero de 2009

Palestina, en la franja de Gaza

Recién he visto en La Jornada una foto que me impactó sobremanera: un pequeño de unos cuatro años, descalzo y sucio, recargado contra la pared y llorando con un rictus de profundo miedo y desesperación. Una infamia. Se trata de un niño Palestino refugiado en un albergue del ataque israelí contra su pueblo.
En el transcurso del día en que escribo este post ha pasado una supuesta tregua por parte de Israel merced a la iniciativa franco-egipcia y tres horas más tarde he visto en las noticias que se han reanudado los ataques. Más de 600 muertos palestinos, la mayor parte civiles, en buena medida niños y 6 soldados israelíes es el saldo al momento, sigo viendo las noticias y continúo sin comprender. Me horroriza la guerra. Me parece el acto más estúpido y aberrante del ser humano, la constancia plena de que debe ser la única especie que merece desaparecer. No entiendo, como igual le sucede a veces incluso a quienes lo estudian, el conflicto árabe-israelí, tanto odio, el ciclo inagotable de la violencia.
Desde hace tiempo me he interesado en esa historia cuyo origen es tan ambiguo como inútil el intento de discernir a que parte asiste la razón, por ello la torcidísima complejidad para poder resolverlo. En ese camino me encontré con Palestina, en la franja de Gaza, una novela gráfica de Joe Sacco, periodista, fotógrafo e historietista de quien ya había tenido la oportunidad de leer (gracias a mi amigo Kala) Gorazde: zona protegida, donde relata una parte de la guerra de Bosnia oriental mediante su propio testimonio.
Palestina, publicado originalmente en 9 tomos y compilada posteriormente en uno sólo a manera de novela gráfica, se sitúa hacia el final de la primera Intifada. Sacco acude a la maltratada franja de Gaza para entrevistarse con sus habitantes, reportero que enfoca la mirada en la gente común antes que en el frente de guerra, en aquellos que sufren los efectos de una carnicería en la cual a los ojos de los medios de comunicación solamente cuentan como parte de la numeralia de muertos y desplazados.
Estéticamente, Sacco opta por una diagramación nerviosa y desequilibrada, como si la página se tratase del propio cuaderno de notas del reportero que no muestra orden salvo para aquel que lo escribe, nos hace así partícipes de su recorrido y de las muchas entrevistas que va realizando en distintas ciudades de la franja, narrando siempre en primera persona y en ocasiones (como hacia el final del segundo capítulo) lleva a primer plano el texto y el dibujo se vuelve mero aporte ilustrativo, aunque al momento de leerlo casi no se percibe por la potencia misma de la narración.
El dibujo, aunque tiende al realismo, tiene una marcada influencia del comix underground, particularmente en el personaje del propio Sacco, que a diferencia del resto es una verdadera caricatura alejada incluso de las facciones reales del artista: se presenta como un tipo de lentes tan gruesos que no dejan ver los ojos, un pelo rebelde de cepillo y una boca gruesa y grande; se marca así como extranjero en el sentido amplio de la palabra. Es un observador, uno que busca entender lo que sucede alrededor suyo pero no es lo suficientemente real, como aquellas personas con las cuales conversa, víctimas de un conflicto inagotable que ya se ha vuelto parte de su modo de vida.
Y de esta manera también toma partido; la novela en sí habla del pueblo palestino y sus vicisitudes, de la incongruente dureza de Israel, de manera que no se trata de un reportaje imparcial, no llega a la militancia pero si sostiene –sin ocultarlo, vale decir-, simpatía por sus entrevistados. De ninguna manera este aspecto puede calificarse como demeritorio de la obra, por el contrario se ve más bien como una visión a contrapelo de la sostenida por los tendenciosos y sometidos medios de comunicación norteamericanos, lo cual ya es mucho decir.
Como pieza artística de comic, testimonial, reportaje, crónica; Palestina, en la franja de Gaza destaca por su valor intrínseco. En estos momentos, a más de 15 años de su publicación original vuelve a cobrar vigencia de una manera desafortunada pero oportuna, es una obra que hay que leer para entender un poco lo que de humano se puede encontrar en las regiones del terror.
Como siempre, la recomendación es conseguir la edición original, publicada en inglés por Fantagraphics y en español en Planeta D'agostini, en tanto, les dejo aquí un link para descargarlo.