domingo, 6 de diciembre de 2009

Para documentar la estupidez humana VI. El amor


Estoy casi seguro que el tema del que más se ha escrito es el amor (carnal, que es el tema) y se ha hecho de todas las maneras posibles, aunque en la mayoría de una forma condescendiente para un sentimiento que viéndolo fríamente es más un estorbo que una fortuna, como se pretende hacernos creer.

Como sabiamente lo describió Schopenhauer, el amor es en esencia una sublimación del instinto primario de reproducción de la especie, sublimación que se estaciona al lado de la irracionalidad desde el inicio de los tiempos y que funciona para proporcionarnos un sentimiento de seguridad y bienestar consistente en la delegación de las debilidades propias para que sean veladas por la pareja.

El problema no es el sentimiento en sí, si no la negación del raciocinio que le es implícita, la cual irremediablemente lleva a estadías de sufrimiento cíclico que la persona se niega a remediar por mantener tercamente la fe en el ser amado, algo que en la mayoría de los casos no es ya infructuoso sino francamente estúpido, por ello el insuperable aforismo de Georges Perros -“Amar es darle a alguien el derecho, cuando no el deber, de hacernos sufrir”- ilustra a la perfección la cláusula central de una relación amorosa, con lo cual queda demostrado el absurdo principio de masoquismo del sentimiento en cuestión.

Es por otra parte, vale resaltarlo, igualmente estúpido el tratar de mantener una vida sin sentirlo, toda vez que culturalmente hemos sido educados para establecer este intercambio sentimental de manera imprescindible para poder solventar adecuadamente las necesidades afectivas que nos son inherentes, y no me refiero al mero acto copulativo –que es una necesidad elemental, pero se puede practicar sin necesidad de que esté implícito el aspecto amoroso, que para eso es el acto más puramente animal de nuestra especie- si no al sentirse seguro, acompañado, comprendido y el resto de cuestiones que se intercambian en una relación. También está científicamente comprobado que el amor favorece a nuestro organismo a través de procesos que le benefician y ayudan a mantenerle saludable.

Mención aparte merece la aportación que los males de amor han brindado a las artes y menciono los males precisamente porque son estos los que se ven reflejados en las grandes obras que abordan el tema, pues ni siquiera en las festivas encontramos una historia que hable del amor como sentimiento terso; invariablemente los personajes sufren por las más variadas circunstancias provocadas por el amor, sufrimiento que –también invariablemente- es tramposa y malamente escondido con el triunfo final de los enamorados, ejemplo más claro no hay que el cierre típico del “y vivieron felices para siempre”, tan cursi y absurdo como improbable.

El amor pues, lleva a una serie de obstaculizaciones para una vida normal que vienen siempre acompañados de una ceguera voluntaria que afectan tanto a la persona que lo padece como a sus cercanos e incluso a terceros que no tendrían por qué padecer los problemas ajenos que se dan por ejemplo en lo laboral con los sufrientes que bajan de manera considerable su desempeño desencadenando así las mencionadas molestias. Iba a mencionar también como mal los suicidios causados por el amor, pero pensándolo bien es un aspecto positivo que aporta su grano de arena a remediar el exceso de población del planeta.

Dicho de otra manera, si fuésemos mejor criados, como personas seguras y auto suficientes, las relaciones amorosas seguramente alcanzarían un grado de raciocinio permisible para que pasara a ser un sentimiento netamente positivo, sin embargo como eso no va a suceder nunca, no pasará de ser mucho más que un pretexto para escuchar boleros rancheros.

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