miércoles, 9 de diciembre de 2009

Panegírico de Ileana


Sería falso de mi parte decir que fui amigo íntimo de Ileana Illescas, no lo haré. Nos conocimos hace más de 15 años, cuando hacía mis pininos en el teatro y ella era ya una actriz consagrada; recuerdo que la primera vez que la vi actuando pensé que era la mejor actriz que había visto en vivo hasta entonces y lo curioso es que ahora sigo pensando lo mismo.
Seguí con avidez cuanto hacía en teatro, cine o tv desde entonces, siempre con la predisposición de que me gustara lo que hacía, así subjetivamente, y no hubo manera de hacerme cambiar de opinión. Muchas veces la vi ir y venir en su bicicleta, siempre portando su hermosa sonrisa como carta de presentación para asombrar al mundo, con esa chispa tremenda que ponía a todos de buenas, con su palabra amorosa para saludar, esa luminosidad cegante que pocas personas poseen.
Un día, sin mayor lazo mutuo, platicó conmigo de cosas dolorosas por las que yo pasaba, con ese amor encabronado que irradiaba y la paz consiguiente que dejaba tras las charlas. Me dejó noqueado.
Sólo tuve una oportunidad de verla este año, esperaba que se diera una más este sábado en el festival organizado en su honor. Ya no la veré en persona, pero se que veré en todos los participantes algo de ella, un cachito, como el que ha quedado en mi.

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