La
discusión en torno a la naturaleza humana es quizá uno de los temas más
complejos y fascinantes de los que se puede hablar, de las profundas ideas de
San Agustín en torno al alma, el libre albedrío y el amor, las consideraciones
de Hobbes y Rosseau hasta las interpretaciones contemporáneas el asunto no
tiene señas de poder ser concluido; Edén Coronado aporta su visión personal con
Mal, montaje escrito y dirigido por
él mismo que recién se estrena en el teatro de El Rinoceronte Enamorado.
En
un espacio cerrado y asfixiante en el que los espectadores nos colocamos como
si estuviésemos presenciando un laberinto para ratas o peor, el escenario de
una pelea de perros, tres personajes giran en torno a una historia aterradora
para llevar al público hacia la reflexión sobre la maldad, algo que dejan claro
desde el preámbulo –a mi gusto innecesario- en el que los actores antes de
meterse al personaje dan los antecedentes para que conozcamos el antecedente de
la pieza y su propósito.
Edén
elige prescindir de los múltiples ejemplos de maldad que nos son comunes en la
vida cotidiana en México para establecer un discurso universal a partir de uno
de los casos que más han marcado a la opinión pública mundial en los años
recientes, el del Monstruo de Amstetten,
Josef Fritzl, el austriaco que durante 24 años mantuvo secuestrada en el sótano
de su propia casa a su hija, con la cual procreó siete hijos hasta que fue
descubierto en 2008. Puesto el tema y la intención, Karina Díaz como la hija,
Mauricio Jiménez como el padre y Jesús Coronado como el diablo nos llevan a un
estado incómodo a través de diálogos de espina espesa salpicados con
referencias de José María Pérez Gay, Caryl Churchill, José Saramago, Pico Della
Mirandola y Alexander Sokurov; hay un estado de violencia permanente aún
incluso en los pocos momentos en que la protagonista se esconde en su cabeza
para encontrar paz, la realidad vista a través del tamiz de una ficción creada
por el autor para indagar lo que pudo haber sucedido en esos veinticuatro años
de degradación mental de padre e hija que apreciamos gracias a la solvencia en
el trabajo de los tres actores.
En
cada uno encontramos elementos de razón intermitente, nada es absoluto, ni
siquiera la maldad del padre que abusa física y mentalmente de su hija de
manera sistemática, a fin de cuentas ¿no se dice que todo lo justifica el amor?
La hija es una víctima, eso es muy claro, pero ¿Qué hace para detener su
infierno? Razones hay de sobra para que como espectadores justifiquemos
cualquier método que use para liberarse. Y el diablo, pues vaya, resulta que a
la conciencia no podemos atribuirle moralidad alguna ¿Pero ello es malo o sólo
nos permite mantener al límite nuestra cordura?
El
diseño escenográfico y la iluminación son concretos y austeros para dejarnos
concentrar en el trabajo de escena, resulta ingenioso el planteamiento de dos
niveles de butaquería, de los cuales al superior se llega a través de una
escalera de mano, aunque la verdad es que es un tanto incómodo ya que las
sillas no resultan suficientemente altas para ver las acciones sin que ello
represente un castigo para la espalda, ojalá esto pueda resolverse pronto, ya
que es muy interesante ver la obra desde un ángulo superior.
El
trabajo de Coronado como director también se ha ido depurando y eso es
plausible en función de la competitividad deseada para con los realizadores del
estado, que recién pudimos apreciar en la pasada Muestra Estatal de Teatro con
resultados poco alentadores y que en breve podremos contrastar en la Muestra
Nacional a realizarse en noviembre.