Me encontré con la existencia de
dios de una manera insospechada. Cuando lo capté supe estuvo ahí desde que
algún ser viviente obtuvo razonamiento. Y ahí permanecerá hasta cuando el
último organismo con capacidad de pensar desaparezca de la tierra. Así de
fuerte es dicho pensamiento. Una influencia innegable, absoluta y eterna.
En el año presente -2015, para
los futuristas- existe una corriente, pequeña pero representativa, de personas
dadas a la tarea de publicar en Facebook (la más populista de las redes) frases
con el leit motiv “Dios es…” a la
cual se agrega un adjetivo calificativo coronando ambas palabras para mostrar a
quien lo postea como alguien con una fe
inquebrantable y tan segura que debe presumirla e imponerla a cuantos vean su
muro.
Es un ejercicio de libertad
indiscutible, cada quien puede escribir y mostrar en sus redes cualquier
creencia y buscar con ello influenciar a quienes por azar o voluntad reciban el
mensaje, de esa manera funcionan los canales de comunicación en nuestros días y
no hay forma de cuestionar aquello que por tan reciente es difícilmente
mesurable.
En mi caso, como señalaba antes,
llegué a la confirmación de una posible existencia mental de dios gracias a una
serie de reflexiones aleatorias motivadas por el pensamiento del católico
dominico Giordano Bruno, quien llevó el panteísmo a un nuevo nivel al afirmar
que nuestro sol es apenas una mínima estrella dentro de la galaxia en la cual
se nos incluye; un principio sobre el cual se forjaría más adelante la idea del
Multiverso. Pensar en ello me dio pánico. Pero hubo otro asunto que me llevó
más allá: pensar la distancia de 0 a 1 en función de los números reales. En los
primeros pasos de la escolaridad nos enseñan: los números comienzan en 0 y de
ahí siguen una línea perpetua y simple, pero no nos hablan de las infinitas
posibilidades de variaciones para llegar
hasta el número 1.
Ambos pensamientos (cuando los
recordaba, tampoco es que los tuviera presentes todo el tiempo) me devoraban la
cabeza y posteriormente el camino que seguí -como nihilista que he escogido ser
en la vida- fue tratar encontrar textos con explicación de ambos hechos
realizados con métodos científicos. En mi tiempo Hawking ya había demostrado la
inexistencia de dios mediante una fórmula matemática, pero es una ecuación
incomprensible para mí, por ello busqué una alternativa desde las ciencias
sociales, desde la sociología, mi campo de conocimiento. Entonces entendí. Dios
es necesario.
Lovecraft apuntó al miedo como el
primer sentimiento consciente en los humanos, en contrapunto muchos señalan que
fue el amor, el cual invariablemente sentirán madre y padre por su criatura. Yo
pienso en dios acorde a una noción similar a la del escritor de Rhode Island: Los
primeros seres racionales vagan en una noche de lluvia buscando refugio,
repentinamente, un rayo golpea al árbol donde buscaban refugio. El árbol se
incendia. El grupo no se explica cómo aparece una cosa inmune al agua. Es el
fuego. Una fuerza implacable, voraz, incontenible y al mismo tiempo replicante
de la luz diurna, la cual tanto les ha favorecido cuando el círculo brillante
brinda su fuerza desde lo alto y se muestra en algo nombrado después “día”;
pero es inasible porque lastima, da calor, energía, pero también causa daño. No
hay manera de explicarlo. Entonces es menester temerle. Estaba arriba de ellos
y ahora ha venido a la tierra. El pánico es la generalidad, pero alguien, quien
trata de mantener la calma, señala que al ser inexplicable, superior y dominante
sobre sus destinos, debe ser venerado para conciliar y no provocar su fuerza
superior.
Nacieron los dioses.
El fuego era uno, pero había
además un dios que hacía florecer los campos, otro hacía crecer las plantas;
otro daba el fluir de los ríos, alguno más paliaba el dolor de perder a un ser
querido y nace entonces otra idea: quien muere trasciende a un plano
subsecuente. De ahí hay un paso breve para pensar en la existencia de
diferentes niveles para quien haya llevado su vida con las reglas de la tribu o
las haya quebrantado, la esencia de los muerto tendrá un futuro dependiendo de
su comportamiento o clase social. Era imperante explicar lo inexplicable por
medio de las formas de pensamiento latentes.
La tenacidad de la vida es incompresible.
La fuerza de sobrevivir es el motor para la permanencia de nuestra raza sobre
la tierra. Por ello, la dimensión de vastedad
representada tanto por el tamaño del universo como la distancia de 0 a 1
me llevaron a pensar en la falsa necesidad de la existencia de un dios ¿Cómo
podemos explicar algo inconmensurable, aquello no medible de ninguna manera
conocida por el ser humano sin perder la razón? Ese es el fundamento de la
noción de los dioses, si nuestra mente no está capacitada para pensar en esos
niveles, los mismos en los cuales nos va bien o pésimo en la vida, si llega o
se va un nuevo miembro en nuestro camino en el mundo, cuando limitamos la
explicación del rumbo del día a día mediante la sentencia cristiana “los
caminos del señor son misteriosos”, del sufrimiento compensado en otra vida;
aceptamos todo cuanto venga en el reduccionismo de la fe, la cual implica la
nulidad absoluta del raciocinio para comodidad de nuestra cordura. La explicación
del paso en la vida, tranquilo e inocuo cuando le brindamos a un ser superior
la responsabilidad de nuestros actos y pretendemos ignorar las consecuencias
por la moral con la cual hemos crecido.
Somos pequeños e indefensos comparados con los
tardígrados. Ignoro si estos tengan dioses para justificarse, si dimensionen su
paso en un universo que ha tardado millones de años en construirse y del cual
son los máximos sobrevivientes. Somos polvo de estrellas, tal como dicen Sagan
y de Grasse Tyson. Creo que el universo y la vida son infinitos y no se limitan
al planeta a diario masacrado por nuestro actos, y por tanto la idea de los
dioses, y peor aún, de un solo dios, no hace sino abonar para confirmar nuestra
intrascendencia como seres vivos.