Tiene
la actitud de un charro de la época de oro del cine mexicano y un mote tan
fuerte que me ha costado trabajo recordar su verdadero nombre antes de escribir
estas líneas: El Bronco. Así, sin entrecomillarlo porque el sobrenombre se ha
convertido en algo incluso superior al apelativo, es una marca. La de mayor
venta en la actualidad, la de moda.
Es
común que al arribo a cualquier silla de los tres niveles de gobierno con que
contamos en este país, broten como hongos los amigos de toda la vida, parientes
desconocidos e incondicionales sempiternos y se establezca una vinculación
adoratoria para con él o la mesías que todos estábamos esperando; esa es una
tradición mexicana que incluso debería estar catalogada como patrimonio cultural
intangible y por ello no debería sorprendernos cuando sucede. Pero el caso de
Jaime Rodríguez Calderón (cuentan que así le llamaban sus familiares cercanos)
es especial y merece valoración aparte. Se trata del primer gobernador electo
con carácter de independiente, es decir, no hay un partido político que haya
impulsado su candidatura.
En
un estado paternalista y corporativo como el que rige a nuestro país tal acción
constituye un agravio deleznable, tan es así que legisladores de varios estados
del país se encuentran trabajando arduamente para impedir que una situación tan
nefasta como el que un ciudadano sin filiaciones políticas (actuales) pueda
acceder a un cargo de representación popular. Pero tienen una situación más
fuerte que su empeño en contra: la deificación de los medios de comunicación.
El
carácter, la imagen que de sí mismo se ha labrado, el personaje que interpreta
El Bronco, no sería nada sin la ayuda de los medios de comunicación que han
saturado las pantallas y bocinas hasta el exceso en los últimos días
glorificando la imagen del nuevo gobernador de Nuevo León, de quien consideran
que si se limpia la nariz ya califica como noticia y hay que publicarla antes
que la competencia. Con una horda de columnistas que “analizan” su figura
cuando en verdad lo que hacen es generar una imagen idílica ya sea por la alabanza
o el repudio desmedidos, a fin de cuentas, no hay mala publicidad.
Eso
lo sabe Andrés Manuel López Obrador, considerado por sí mismo y su secta como
el único mesías del México contemporáneo, por ello ha iniciado ya la batalla
mediática contra El Bronco. Ambos saben que el otro será una piedra en el
zapato en 2018, cuando los dos contiendan por la presidencia de la República. Y
el resto de los partidos lo estudia con preocupación, porque sabe que el
electorado no vota razonadamente, sino guiados por el efectismo y la teatralidad,
por quien salga menos raspado de la propaganda negra.
Hay
Bronco para rato y el show mediático presto para recibirle, aunque no “le de”
dinero a las televisoras, como ha repetido constantemente, éstas se frotan las
manos porque ganancias, a fin de cuentas, habrán de obtener de su imagen.