sábado, 10 de diciembre de 2016

Adiós al Premio 20 de noviembre




No, no se trata de un hecho, si no de una sugerencia: dejar de entregar los Premios 20 de noviembre. Cuando algo está saliendo mal lo mejor es hacer una pausa para pensar y reconstruir o dar por concluido; justo en ese momento se encuentran las cosas alrededor del certamen en teoría más prestigiado de nuestra localidad junto con la también anquilosada presea Plan de San Luis.
Ya antes había pensado en el tema, pero fue justo en la entrega de este año cuando vi con certeza la necesidad de un corte de caja. El premio ha perdido por completo su esencia para convertirse en un botín por el cual los creadores podrían pelear a muerte, en tanto es evidente que al actual gobernador no le importan más allá que para tomarse la foto y aparentar sensibilidad. La Secretaría de Cultura ha perdido control de todos sus aspectos y no tiene la menor capacidad autocrítica para verlo.
Hace años, en la anterior administración gubernamental, se dio un momento interesante en el cual un grupo de artistas se acercó a la Secult con la intención de involucrarse en un proceso de reelaboración del programa encargado del Premio, acción que tuvo respuesta: se hicieron modificaciones en la convocatoria, el criterio de selección de jurados, la forma de recepción de artes plásticas –en la cual se implementó un formato de dictamen de obra llenado y firmado tanto por la institución como por los artistas al momento de entregarla- e incluso en el montaje y museografía. Desafortunadamente fue una actualización efímera. Con la nueva administración otra vez las cosas cambiaron. Para mal.
Los premios siempre han sido cuestionados, eso es un hecho. Invariablemente habrá quien no esté de acuerdo con la decisión de los jurados y echará pestes sobre la deshonestidad de la Secult, percepción evidentemente viratoria cuando alguno de  esos detractores recibe el premio. No es ese el único problema con los participantes; me ha tocado ser testigo de quienes se quejan de favoritismo por no recibirles piezas llevadas aún frescas pese a que la convocatoria señala expresamente no serán recibidas de esa manera. También he visto a quienes entregan marcos, bases o la pieza misma con daños y luego gimotean exigiendo el pago de las mismas por "daños causados". Y lo peor, no están dispuestos a acatar las bases; para mayor muestra recordemos el incidente de 2015 con los fotógrafos, quienes indignados porque los jurados tomaron la decisión de declarar desierto el rubro protestaron y aprovechando la indolencia del gobernador lograron que se re convocara a concurso, yendo por completo en contra de las cláusulas que indican: a) participar implica aceptar las bases y b) el fallo de los jurados es inapelable.
Por el lado de la Secult la situación es más delicada, como institución representante del gobierno convocante tiene la obligación de dar al Premio la relevancia y dignidad que debería ser su marca y ha sucedido lo contrario. El ejemplo más vivo actualmente se encuentra en la abusiva e incoherente carta responsiva que obligaron a firmar a los participantes y en torno a la cual se levantaron firmas para desecharla. Sobre la misma, el Secretario de Cultura respondió en el oficio SC-DGS-178/2016 dirigido al artista Miguel Ángel Rivera, uno de los promoventes de la protesta:
“La carta responsiva que usted señala en el escrito que nos ocupa y a que se hace referencia en la convocatoria de dicho certamen, fue modificada en sus términos en la página web de esta dependencia desde el día 20 de septiembre de 2016, cuando aún se encontraba en proceso la entrega de propuestas participantes en la categoría de Artes Visuales, por lo que el formato de la carta responsiva que usted solicita sea anulada, quedó sin efecto, desde esa fecha.”
Haciendo de lado por el momento el soslayo del Secretario hacia las firmas entregadas junto a la misiva (en la redacción parece tratarlo como un asunto particular de Rivera), se debe resaltar la modificación de la carta referida la cual consiste en unas cuantas palabras añadidas cuya única función es empeorar la ya de por sí pobre sintaxis y ortografía de la misma, por lo tanto los efectos legales de la misma quedan en un terreno pantanoso aún injusto para los creadores. Copio y pego el párrafo en mención:
“ASÍ MISMO DECLARO, QUE EN VIRTUD DE QUE LA SECRETARÍA DE CULTURA DEL ESTADO DE SAN LUIS POTOSÍ, ASUME BAJO SU RESPONSABILIDAD, LAS DIFICULTADES QUE IMPLICAN EL MANEJO Y TRASLADO, ASÍ COMO EL RIESGO DE EXHIBIRLA EN EL SITIO QUE ESA DEPENDENCIA DESIGNE; CON LA FIRMA DEL PRESENTE DOCUMENTO, DESLINDO TOTAL Y ABSOLUTAMENTE A ESA MISMA SECRETARÍA DE TODA RESPONSABILIDAD DE CUALQUIER NATURALEZA JURÍDICA POR CUALQUIER DAÑO O PÉRDIDA TOTAL O PARCIAL EN LA QUE SE PUEDA VER INVOLUCRADA O AFECTADA MI OBRA, GENERADA POR MI CAUSA Y QUE LE SEAN AJENAS.
Como siempre en asuntos legales, consulté a un abogado y me confirma: en efecto, la redacción deja sin derechos sobre su obra a los participantes. Con dolo, la Secult se deslinda de responsabilidades y reduce la obra a cascajo que puede ser movido con escoba. Probablemente no lo harían así, pero esa es una posible lectura de la redacción de la carta.
Tampoco es que le haya importado mucho el asunto a quienes aceptaron participar bajo esas condiciones leoninas, cabe decirlo.
La ceremonia de entrega, como señalé al inicio, fue la pauta para convencerme de que esto debe parar. Fue anunciada en primera instancia a llevarse a cabo en el Museo Nacional de la Máscara pero apenas unas horas antes se avisó su cambio al Teatro Polivalente del Centro de las Artes. Hacerse en el museo tenía lógica funcional: después de la premiación se podría cruzar la explanada para dirigirse a la sala Germán Gedovious del Teatro de la Paz, donde están expuestas las obras seleccionadas y ganadoras. El brindis pudo ser ahí. El Polivalente no venía al cuento usando el sentido común. Pero hay algo más allá del sentido: el Ceart se ha convertido en el salón de juntas, eventos, pachangas y caprichos varios del ‘amante de la cultura’ Juan Manuel Carreras, su vocación de centro educativo ha pasado a un tercer plano.
El domingo 20 lucía orgulloso con su ornamento tan costoso como de nulo gusto el escenario del mutilado teatro. Dada la ausencia estética de su adornado y el cambio repentino puedo intuir que fue obra de la oficina de protocolo del gobernador, aunque ello en lugar de aliviar hace más pesada la culpa de la Secult por no oponer resistencia.  Contrario a lo acostumbrado los ganadores fueron parte de la escenografía y estuvieron en el tablado, para que en todas las fotos aparecieran junto al bondadoso Carreras. Se dio un bonito e inocuo discurso de agradecimiento, los acarreados (más de la mitad de los asistentes) aplaudieron con entusiasmo y luego se pasó a degustar bocadillos, vino y mezcal. De las obras ganadoras ni quien se acordara. Bueno, alguien mencionó donde estaban, pero ¿a quién le importa?
Nadie toma en serio al 20 de noviembre y se invierte en el mismo alrededor de dos millones de pesos anuales. El año entrante será sumamente castigado para la Secretaría de Cultura ¿por qué mejor no orientar ese recurso en acciones  de vinculación del quehacer artístico local con los potosinos? ¿O en desarrollo e implantación de políticas culturales efectivas? ¿Para qué seguir manteniendo un estímulo que no va más allá de solventar necesidades económicas por un breve lapso de tiempo?

martes, 27 de septiembre de 2016

Museos potosinos para principiantes (y/o mal intencionados)




En el periodismo hay ocasiones en que la información escasea, ya porque no hay temas de impacto, es temporada de vacaciones, hay pereza por parte de quienes se encargan de buscar la noticia o falta de imaginación para hacerlo. Al inicio de la última semana de septiembre, Pulso y San Luis Hoy -ambos de Editorial Mival, propiedad de la familia Valladares- unificaron su nota principal con un tema tan manido como sensacionalista: su gran descubrimiento en torno a la renta de espacios en algunos museos de San Luis Potosí para diversos eventos sociales.
“Gobierno ofrece museos como salones de fiesta”, fue el encabezado de Pulso, en tanto San Luis Hoy, más dramáticamente, puso “Museos sólo sirven de salones de fiestas”. La nota es de Leonardo Vázquez, ex compañero universitario y un periodista a quien respeto pero no entiendo en qué pensaba al redactar su muy breve texto ni porqué una investigación de escritorio tuvo repercusión de primera plana. De inicio el tema ya ha sido abordado con anterioridad en diferentes medios, pero particularmente en los de Editorial Mival, siempre de una manera incompleta, cabe agregar.
La bajada de la nota en ambos medios dice: “Así buscan subsistir galerías como el MAC o el del Ferrocarril”. Luego en el primer párrafo señala sin conexión con la información posterior como algunos de los recintos fueron inaugurados en anteriores administraciones estatales y que hay varios poco concurridos, como el de las Culturas Populares. Continúan las imprecisiones: Una galería no es lo mismo que un museo y no se puede usar el término como sinónimo; el Museo de Arte Contemporáneo no cuenta con renta de espacios y el de Culturas Populares desapareció hace años.
Más adelante en la nota se menciona un presupuesto de 126 millones 390 mil pesos para los museos del estado en 2016, lo cual aprovecha San Luis Hoy para señalar con índice flamígero “A los potosinos les cuesta 126 millones de pesos mantener 10 de estos sitios, (sic la coma anterior) y se ofrecen para bodas”. En dicho medio su coordinador, Armando Acosta usa el espacio de su columna Bitácora para dedicarse, con mucha mayor amplitud que la nota original al tema plañiendo la afrenta a la ciudadanía por las rentas, que muchas y muy nobles dependencias gubernamentales no cuentan con los recursos, hace acusaciones subjetivas e incluso miente deliberadamente para concluir pidiendo la destitución del Secretario de Cultura, Armando Herrera.
La última vez que vi a Armando Acosta en un recinto cultural fue hace trece años, lo recuerdo bien porque se acababa de inaugurar el Museo Federico Silva y uno de los guardias fue a pedirme atender a una persona muy molesta en la taquilla; era él, indignado por deber pagar por un espacio que era del pueblo a una tarifa la cual estimaba muy alta. Aproveché la coyuntura para platicar con él, uno de los detractores de la creación del museo, y exponerle las características particulares del mismo y el porqué de tarifas y descuentos. Pudimos razonar y finalmente disfrutó del recinto junto a su familia. Luego de ello no le he vuelto a ver en ninguna actividad cultural.
A lo largo de los años, tanto dentro como fuera de la administración pública, he podido observar y compartir las carencias de los museos potosinos, siempre castigados en el área presupuestal pese a lo escrito en las publicaciones de los presupuestos de egresos. Recuerdo las inundaciones incontrolables del Museo de las Culturas Populares; el cuarto que se derrumbó en el Museo de la Cultura Potosina -ambos desaparecidos hoy-; la cooperación que frecuentemente hacen los trabajadores del Museo Othoniano para comprar materiales básicos de limpieza, los años que pasaron solicitando les repusieran un vidrio roto; la imposibilidad económica por la cual el Museo Mariano Jiménez pasó a convertirse en Centro Cultural y así seguirme poniendo ejemplos hasta los límites de lo increíble.
Cada vez presentar el presupuesto anual se vuelve una situación más complicada para los museos (bueno, en todo el sector cultura, pero esta columna va enfocada a museos) porque es lo mismo escribirle una carta a Santa Claus: bajar los recursos “aprobados” es un calvario y la subsistencia se ha vuelto más compleja desde hace algunos años, cuando la Secretaría de Finanzas determinó que todos los ingresos propios de las dependencias deben ser depositados con ellos y luego solicitarlos para su uso, la más burda de las tácticas de jineteo de recursos conocida. Una de las opciones para hacerse de recursos es pues, la renta de espacios. Y no es algo privativo  de nuestra entidad, se realiza en todo el mundo, incluso en los Museos más prestigiados y no he leído, visto ni escuchado quejas al respecto. Aquí se espantan con el petate del muerto.
Cuando Fernando Toranzo tomó cargo como gobernador en una acción populista e ignorante ordenó bajar los precios de las entradas a los museos, pese a que ninguno de ellos contaba con una tarifa elevada y en todos los casos aplican descuentos durante la semana y un día –regularmente el domingo, cuando toda la familia descansa y puede visitarlos- de entrada libre. La costumbre del paternalismo, el reclamo sin argumento y el hágase la voluntad de dios en los bueyes de mi compadre parecen prevalecer en muchos de quienes se ostentan como detractores del gobierno porque la cultura es “para las élites” sin molestarse en observar las particularidades de las problemáticas y menos aún, comprometerse a participar en llevar todos los bienes al público general. Un ejemplo con la propia editorial Mival: hace unos diez años eran los medios que más difundían las actividades culturales, pero un mal día cambiaron los criterios y se decidió que cualquier cosa publicada, incluyendo las actividades culturales gratuitas, son publicidad y entonces hay que cobrar a todos como anunciantes.
El ejercicio periodístico, pese a las herramientas tecnológicas actuales, no puede hacerse desde atrás de un escritorio, por el contrario, dada la contaminación informativa es éticamente necesario comprobar datos, contrastar, ampliar las fuentes para que la veracidad de lo reportado contribuya en verdad a informar, lo cual se supone debería ser el fin primero.
Mínimamente debieron haberse revisado los decretos de creación y los manuales de operación de cada dependencia para revisar cuales si, cuales no y de qué manera se regula la renta de espacios, me queda claro que no se hizo.
Finalmente, me resulta por lo menos curioso el momento en el cual se retoma el cansado tema, justo después del informe de gobierno, cuando Juan Manuel Carreras ha hablado de posibles cambios en su gabinete y mientras el vice gobernador Ugalde sigue con su idea de cerrar algunos museos y casas de cultura “porque no son rentables”. ¿Una manita a quien desea ver a Herrera Silva fuera de la jugada?

martes, 6 de octubre de 2015

Bronco Superstar



Tiene la actitud de un charro de la época de oro del cine mexicano y un mote tan fuerte que me ha costado trabajo recordar su verdadero nombre antes de escribir estas líneas: El Bronco. Así, sin entrecomillarlo porque el sobrenombre se ha convertido en algo incluso superior al apelativo, es una marca. La de mayor venta en la actualidad, la de moda.
Es común que al arribo a cualquier silla de los tres niveles de gobierno con que contamos en este país, broten como hongos los amigos de toda la vida, parientes desconocidos e incondicionales sempiternos y se establezca una vinculación adoratoria para con él o la mesías que todos estábamos esperando; esa es una tradición mexicana que incluso debería estar catalogada como patrimonio cultural intangible y por ello no debería sorprendernos cuando sucede. Pero el caso de Jaime Rodríguez Calderón (cuentan que así le llamaban sus familiares cercanos) es especial y merece valoración aparte. Se trata del primer gobernador electo con carácter de independiente, es decir, no hay un partido político que haya impulsado su candidatura.
En un estado paternalista y corporativo como el que rige a nuestro país tal acción constituye un agravio deleznable, tan es así que legisladores de varios estados del país se encuentran trabajando arduamente para impedir que una situación tan nefasta como el que un ciudadano sin filiaciones políticas (actuales) pueda acceder a un cargo de representación popular. Pero tienen una situación más fuerte que su empeño en contra: la deificación de los medios de comunicación.
El carácter, la imagen que de sí mismo se ha labrado, el personaje que interpreta El Bronco, no sería nada sin la ayuda de los medios de comunicación que han saturado las pantallas y bocinas hasta el exceso en los últimos días glorificando la imagen del nuevo gobernador de Nuevo León, de quien consideran que si se limpia la nariz ya califica como noticia y hay que publicarla antes que la competencia. Con una horda de columnistas que “analizan” su figura cuando en verdad lo que hacen es generar una imagen idílica ya sea por la alabanza o el repudio desmedidos, a fin de cuentas, no hay mala publicidad.
Eso lo sabe Andrés Manuel López Obrador, considerado por sí mismo y su secta como el único mesías del México contemporáneo, por ello ha iniciado ya la batalla mediática contra El Bronco. Ambos saben que el otro será una piedra en el zapato en 2018, cuando los dos contiendan por la presidencia de la República. Y el resto de los partidos lo estudia con preocupación, porque sabe que el electorado no vota razonadamente, sino guiados por el efectismo y la teatralidad, por quien salga menos raspado de la propaganda negra.
Hay Bronco para rato y el show mediático presto para recibirle, aunque no “le de” dinero a las televisoras, como ha repetido constantemente, éstas se frotan las manos porque ganancias, a fin de cuentas, habrán de obtener de su imagen.

martes, 4 de agosto de 2015

Dios es...



Me encontré con la existencia de dios de una manera insospechada. Cuando lo capté supe estuvo ahí desde que algún ser viviente obtuvo razonamiento. Y ahí permanecerá hasta cuando el último organismo con capacidad de pensar desaparezca de la tierra. Así de fuerte es dicho pensamiento. Una influencia innegable, absoluta y eterna.
En el año presente -2015, para los futuristas- existe una corriente, pequeña pero representativa, de personas dadas a la tarea de publicar en Facebook (la más populista de las redes) frases con el leit motiv “Dios es…” a la cual se agrega un adjetivo calificativo coronando ambas palabras para mostrar a quien lo postea como alguien con  una fe inquebrantable y tan segura que debe presumirla e imponerla a cuantos vean su muro.
Es un ejercicio de libertad indiscutible, cada quien puede escribir y mostrar en sus redes cualquier creencia y buscar con ello influenciar a quienes por azar o voluntad reciban el mensaje, de esa manera funcionan los canales de comunicación en nuestros días y no hay forma de cuestionar aquello que por tan reciente es difícilmente mesurable.
En mi caso, como señalaba antes, llegué a la confirmación de una posible existencia mental de dios gracias a una serie de reflexiones aleatorias motivadas por el pensamiento del católico dominico Giordano Bruno, quien llevó el panteísmo a un nuevo nivel al afirmar que nuestro sol es apenas una mínima estrella dentro de la galaxia en la cual se nos incluye; un principio sobre el cual se forjaría más adelante la idea del Multiverso. Pensar en ello me dio pánico. Pero hubo otro asunto que me llevó más allá: pensar la distancia de 0 a 1 en función de los números reales. En los primeros pasos de la escolaridad nos enseñan: los números comienzan en 0 y de ahí siguen una línea perpetua y simple, pero no nos hablan de las infinitas posibilidades de  variaciones para llegar hasta el número 1.
Ambos pensamientos (cuando los recordaba, tampoco es que los tuviera presentes todo el tiempo) me devoraban la cabeza y posteriormente el camino que seguí -como nihilista que he escogido ser en la vida- fue tratar encontrar textos con explicación de ambos hechos realizados con métodos científicos. En mi tiempo Hawking ya había demostrado la inexistencia de dios mediante una fórmula matemática, pero es una ecuación incomprensible para mí, por ello busqué una alternativa desde las ciencias sociales, desde la sociología, mi campo de conocimiento. Entonces entendí. Dios es necesario.
Lovecraft apuntó al miedo como el primer sentimiento consciente en los humanos, en contrapunto muchos señalan que fue el amor, el cual invariablemente sentirán madre y padre por su criatura. Yo pienso en dios acorde a una noción similar a la del escritor de Rhode Island: Los primeros seres racionales vagan en una noche de lluvia buscando refugio, repentinamente, un rayo golpea al árbol donde buscaban refugio. El árbol se incendia. El grupo no se explica cómo aparece una cosa inmune al agua. Es el fuego. Una fuerza implacable, voraz, incontenible y al mismo tiempo replicante de la luz diurna, la cual tanto les ha favorecido cuando el círculo brillante brinda su fuerza desde lo alto y se muestra en algo nombrado después “día”; pero es inasible porque lastima, da calor, energía, pero también causa daño. No hay manera de explicarlo. Entonces es menester temerle. Estaba arriba de ellos y ahora ha venido a la tierra. El pánico es la generalidad, pero alguien, quien trata de mantener la calma, señala que al ser inexplicable, superior y dominante sobre sus destinos, debe ser venerado para conciliar y no provocar su fuerza superior.
Nacieron los dioses.
El fuego era uno, pero había además un dios que hacía florecer los campos, otro hacía crecer las plantas; otro daba el fluir de los ríos, alguno más paliaba el dolor de perder a un ser querido y nace entonces otra idea: quien muere trasciende a un plano subsecuente. De ahí hay un paso breve para pensar en la existencia de diferentes niveles para quien haya llevado su vida con las reglas de la tribu o las haya quebrantado, la esencia de los muerto tendrá un futuro dependiendo de su comportamiento o clase social. Era imperante explicar lo inexplicable por medio de las formas de pensamiento latentes.
La tenacidad de la vida es incompresible. La fuerza de sobrevivir es el motor para la permanencia de nuestra raza sobre la tierra. Por ello, la dimensión de vastedad  representada tanto por el tamaño del universo como la distancia de 0 a 1 me llevaron a pensar en la falsa necesidad de la existencia de un dios ¿Cómo podemos explicar algo inconmensurable, aquello no medible de ninguna manera conocida por el ser humano sin perder la razón? Ese es el fundamento de la noción de los dioses, si nuestra mente no está capacitada para pensar en esos niveles, los mismos en los cuales nos va bien o pésimo en la vida, si llega o se va un nuevo miembro en nuestro camino en el mundo, cuando limitamos la explicación del rumbo del día a día mediante la sentencia cristiana “los caminos del señor son misteriosos”, del sufrimiento compensado en otra vida; aceptamos todo cuanto venga en el reduccionismo de la fe, la cual implica la nulidad absoluta del raciocinio para comodidad de nuestra cordura. La explicación del paso en la vida, tranquilo e inocuo cuando le brindamos a un ser superior la responsabilidad de nuestros actos y pretendemos ignorar las consecuencias por la moral con la cual hemos crecido.
Somos pequeños e indefensos comparados con los tardígrados. Ignoro si estos tengan dioses para justificarse, si dimensionen su paso en un universo que ha tardado millones de años en construirse y del cual son los máximos sobrevivientes. Somos polvo de estrellas, tal como dicen Sagan y de Grasse Tyson. Creo que el universo y la vida son infinitos y no se limitan al planeta a diario masacrado por nuestro actos, y por tanto la idea de los dioses, y peor aún, de un solo dios, no hace sino abonar para confirmar nuestra intrascendencia como seres vivos.