Recuerdo
que era un domingo y la tradición familiar de convivir con los tíos en el
edificio de departamentos horizontales que compartíamos con familia cambió de
su forma acostumbrada para salir cayendo la tarde todos hacia el centro de la
ciudad; cruzamos el oscuro pasaje hidalgo cortando por Arista y luego por
Damián Carmona para llegar a la Plaza de los Fundadores, abarrotada de gente,
yo no tenía idea de qué sucedía ni por qué estaba allí, mi padre me cargó sobre
sus hombros y me sorprendió primero la cantidad de gente. Luego escuché una
melodía hipnótica que dio paso a que un hombre de alrededor de setenta años
tomara el micrófono y comenzara a hablar como no había escuchado antes. Yo tenía
siete y no comprendí del todo, pero la respuesta que la gente daba a sus
palabras me deslumbró de una manera que me habría de marcar adelante en mi
vida. El orador era el doctor Salvador Nava Martínez.
La
formación que tuve en ese tiempo, leyendo a Quino, Rius y otros autores
de vena crítica, me encendía, poco después un miembro externo a la familia me
explicó lo que había sucedido en el referido encuentro de Fundadores y me mostró un libro
viejo que contenía textos e imágenes reveladoras: se trataba de La grieta en el yugo, de Antonio
Estrada, donde se narra la primera etapa del movimiento encabezado por el
doctor Nava a fines de los años cincuenta y principios de los sesenta. Yo
preguntaba mucho y las respuestas generaban más preguntas, lo que me indujo a
otras lecturas que alimentaron mi inclinación temprana por la izquierda y los
movimientos democráticos.
Cuatro
años más tarde jugaba en la calle donde nací, en el centro histórico de San
Luis, un primero de enero y de pronto vimos una densa estela de humo negro.
Intrépidos como éramos entonces, subimos a una azotea y ubicamos la fuente
cerca de la Plaza de Armas, bajamos corriendo a avisar a nuestros padres, pero
ellos ya estaban al tanto, se trataba de un acto violento para reprimir a los
manifestantes navistas que protestaban por el robo de la elección municipal.
Más
tarde vimos las escenas de violencia oficial contra los manifestantes a través
del local Canal 13, que pronto vio cortada su trasmisión -después supimos,
por órdenes del gobierno del estado-. Antes de eso pudimos ver como un
personaje golpeaba con un tubo a una de nuestras vecinas, una señora mayor de
edad, el agresor era Julio Ceballos, hoy auto proclamado paladín de la
justicia y quien en ese día en específico tuvo a cargo el operativo para
disolver la manifestación a como diera lugar, primordialmente con el uso de la
fuerza.
Esos
sucesos, y el estudio de las acciones emprendidas por su parte desde 1958,
forjaron mi admiración y respeto por el doctor Salvador Nava Martínez;
participé en sus movimientos posteriores aun sin edad para votar, pero difundiendo
abiertamente su ideario político y las acciones emprendidas en pos de un San
Luis Potosí democrático y con una fuerza de la sociedad civil como no se daba
en el resto de la República, tal como parte de mi familia lo hacía, sin
inscribirse tácitamente en la forma política de esa causa, siempre observamos
filtraciones que iban del oficialismo a la desvirtuación del movimiento,
estuvimos de cierta manera en las múltiples acciones que emprendían los
navistas, sobre todo en 1991, cuando el descaro del fraude electoral le dio una victoria usurpada para la gubernatura a Fausto Zapata Loredo, vehículo del
salinismo.
La
historia de mis cercanos no será contada ya que nunca nos inclinamos por los
partidismos oficiales, luego de la muerte del doctor en 1992 sentimos que no
había una fuerza equivalente para seguirlos apoyando, aun con el respaldo que
dimos en las subsecuentes ocasiones al ingeniero Guillermo Pizzuto Zamanillo.
Pocos
años después vi con entusiasmo la participación de los herederos del navismo
en la lucha del Ejército Zapatista de Liberación nacional, pero la situación
había cambiado; los intereses de orden político ya no empataban con los del
civismo que agrupaba a la sociedad en su conjunto. Con tristeza vimos caer uno
a uno a los posibles continuadores del legado de Nava.
Hoy,
a cien años de su natalicio es preponderante recordarle como la figura política
y ciudadana más relevante del siglo veinte en San Luis Potosí, pero también es
momento de pensar en qué momento nos ganó la cobardía y la zona de confort que
proporciona el mencionarlo sin comprometerse. Hoy más que nunca me gustaría
gritar ¡Nava vive, la lucha sigue! Pero creo que el eco resultará muy
distorsionado.
2 comentarios:
Que tristeza es aceptar que ni Nava vive ni la lucha sigue. Y peor, que algunos detestables personajes de aquella época siguen por ahí echando raíz.
Que tristeza es aceptar que ni Nava vive ni la lucha sigue. Y peor, que algunos detestables personajes de aquella época siguen por ahí echando raíz.
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