sábado, 27 de septiembre de 2008

Homenaje a Ibargüengoitia III


En esta tercer entrega del homenaje al maestro Ibargüengoitia les dejo un cuento incluido en La Ley de Herodes, único libro que el gran guanajuatense publicó en este género, aunque encasillarlo ahí es un tanto impreciso, porque cada una de las narraciones del libro contiene bastantes elementos biográficos. Que lo disfruten.

LA MUJER QUE NO

Debo ser discreto. No quiero comprometerla. La llamaré... En el cajón de mi escritorio tengo todavía una foto suya, junto con las de otras gentes y un pañuelo sucio de maquillaje que le quité no sé a quién, o mejor dicho sí sé, pero no quiero decir, en uno de los momentos cumbres de mi vida pasional. La foto de que hablo es extraordinaria mente buena para ser de pasaporte. Ella está mirando al frente con sus grandes ojos almendrados, el pelo estirado hacia atrás, dejando a descubierto dos orejas enormes, tan cercanas al cráneo en su parte superior, que me hacen pensar que cuando era niña debió traerlas sujetas con tela adhesiva para que no se le hicieran de papalote; los pómulos salientes, la nariz pequeña con las fosas muy abiertas, y abajo... su boca maravillosa, grande y carnuda. En un tiempo la contemplación de esta foto me producía una ternura muy especial, que iba convirtiéndose en un calor interior y que terminaba en los movimientos de la carne propios del caso. La llamaré Aurora. No, Aurora no. Estela, tampoco. La llamaré ella.
Esto sucedió hace tiempo. Era yo más joven y más bello. Iba por las calles de Madero en los días cercanos a la Navidad, con mis pantalones de dril recién lavados y trescientos pesos en la bolsa. Era un mediodía brillante y esplendoroso. Ella salió de entre la multitud y me puso una mano en el antebrazo. "Jorge", me dijo. Ah, che la vita é bella! Nos conocemos desde que nos orinábamos en la cama (cada uno por su lado, claro está), pero si nos habíamos visto una docena de veces era mucho. Le puse una mano en la garganta y la besé. Entonces descubrí que a tres metros de distancia, su mamá nos observaba. Me dirigí hacia la mamá, le puse una mano en la garganta y la besé también. Después de eso, nos fuimos los tres muy contentos a tomar café en Sanborns. En la mesa, puse mi mano sobre la suya y la apreté hasta que noté que se le torcían las piernas; su mamá me recordó que su hija era decente, casada y con hijos, que yo había tenido mi oportunidad trece años antes y que no la había aprovechado. Esta aclaración moderó mis impulsos primarios y no intenté nada más por el momento. Salimos de Sanborns y fuimos caminando por la alameda, entre las estatuas pornográficas, hasta su coche que estaba estacionado muy lejos. Fue ella, entonces, quien me tomó de la mano y con el dedo de enmedio, me rascó la palma, hasta que tuve que meter mi otra mano en la bolsa, en un intento desesperado de aplacar mis pasiones. Por fin llegamos al coche, y mientras ella se subía, comprendí que trece años antes no sólo había perdido sus piernas, su boca maravillosa y sus nalgas tan saludables y bien desarrolladas, sino tres o cuatro millones de muy buenos pesos. Fuimos a dejar a su mamá que iba a comer no importa dónde. Seguimos en el coche, ella y yo solos y yo le dije lo que pensaba de ella y ella me dijo lo que pensaba de mí. Me acerqué un poco a ella y ella me advirtió que estaba sudorosa, porque tenía un oficio que la hacía sudar. "No importa, no importa." Le dije olfateándola. Y no importaba. Entonces, le jalé el cabello, le mordí el pescuezo y le apreté la panza. . . hasta que chocamos en la esquina de Tamaulipas y Sonora.
Después del accidente, fuimos al Sep de Tamaulipas a tomar ginebra con quina y nos dijimos primores.
La separación fue dura, pero necesaria, porque ella tenía que comer con su suegra. "¿Te veré?" "Nunca más." "Adiós, entonces." "Adiós." Ella desapareció en Insurgentes, en su poderoso automóvil y yo me fui a la cantina el Pilón, en donde estuve tomando mezcal de San Luis Potosí y cerveza, y discutiendo sobre la divinidad de Cristo con unos amigos, hasta las siete y media, hora en que vomité. Después me fui a Bellas Artes en un taxi de a peso.
Entré en el foyer tambaleante y con la mirada torva. Lo primero que distinguí, dentro de aquel mar de personas insignificantes, como Venus saliendo de la concha. . . fue a ella. Se me acercó sonriendo apenas, y me dijo: "Búscame mañana, a tal hora, en tal parte"; y desapareció.
¡Oh, dulce concupiscencia de la carne! Refugio de los pecadores, consuelo de los afligidos, alivio de los enfermos mentales, diversión de los pobres, esparcimiento de los intelectuales, lujo de los ancianos. ¡Gracias, Señor, por habernos concedido el uso de estos artefactos, que hacen más que palatable la estancia en este Valle de Lágrimas en que nos has colocado!

Al día siguiente acudí a la cita con puntualidad. Entré en el recinto y la encontré ejerciendo el oficio que la hacía sudar copiosamente. Me miró satisfecha, orgullosa de su pericia y un poco desafiante, y también como diciendo: "Esto es para ti." Estuve absorto durante media hora, admirando cada una de las partes de su cuerpo y comprendiendo por primera vez la esencia del arte a que se dedicaba. Cuando hubo terminado, se preparó para salir, mirándome en silencio; luego me tomó del brazo de una manera muy elocuente, bajamos una escalera y cuando estuvimos en la calle, nos encontramos frente a frente con su chingada madre.
Fuimos de compras con la vieja y luego a tomar café a Sanborns otra vez. Durante dos horas estuve conteniendo algo que nunca sabré si fue un sollozo o un alarido. Lo peor fue que cuando nos quedamos solos ella y yo, empezó con la cantaleta estúpida de: "¡Gracias, Dios mío, por haberme librado del asqueroso pecado de adulterio que estaba a punto de cometer!" Ensayé mis recursos más desesperados, que consisten en una serie de manotazos, empujones e intentos de homicidio por asfixia, que con algunas mujeres tienen mucho éxito, pero todo fue inútil; me bajó del coche a la altura de Félix Cuevas.
Supongo que se habrá conmovido cuando me vio parado en la banqueta, porque abrió su bolsa y me dio el retrato famoso y me dijo que si algún día se decidía (a cometer el pecado), me pondría un telegrama.

Y esto es que un mes después recibí, no un telegrama, sino un correograma que decía: "Querido Jorge: búscame en el Konditori, el día tantos a tal hora (p.m.) Firmado: Guess who? (advierto al lector no avezado en el idioma inglés que esas palabras significan "adivina quién"). Fui corriendo al escritorio, saqué la foto y la contemplé pensando en que se acercaba la hora de ver saciados mis más bajos instintos.
Pedí prestado un departamento y también dinero; me vestí con cierto descuido pero con ropa que me quedaba bien, caminé por la calle de Génova durante el atardecer y llegué al Konditori con un cuarto de hora de anticipación. Busqué una mesa discreta, porque no tenía caso que la vieran conmigo un centenar de personas, y cuando encontré una me senté mirando hacia la calle; pedí un café, encendí un cigarro y esperé. Inmediatamente empezaron a llegar gentes conocidas, a quienes saludaba con tanta frialdad que no se atrevían a acercárseme.
Pasaba el tiempo.
Caminando por la calle de Génova pasó la Joven N, quien en otra época fuera el Amor de mi Vida, y desapareció. Yo le di gracias a Dios.
Me puse a pensar en cómo vendría vestida y luego se me ocurrió que en dos horas más iba a tenerla entre mis brazos, desvestida. . .
La Joven N volvió a pasar, caminando por la calle de Génova, y desapareció. Esta vez tuve que ponerme una mano sobre la cara, porque la Joven N venía mirando hacia el Konditori.
Era la hora en punto. Yo estaba bastante nervioso, pero dispuesto a esperar ocho días si era necesario, con tal de tenerla a ella, tan tersa, toda para mí.
Y entonces, que se abre la puerta del Konditori, entra la Joven N, que fuera el Amor de mi Vida, cruza el restorán y se sienta enfrente de mí, sonriendo y preguntándome: "Did you guess right?"
Solté la carcajada. Estuve riéndome hasta que la Joven N se puso incómoda; luego, me repuse, platicamos un rato apaciblemente y por fin, la acompañé a donde la esperaban unas amigas para ir al cine.

Ella, con su marido y sus hijos, se habían ido a vivir a otra parte de la República.
Una vez, por su negocio, tuve que ir precisamente a esa ciudad; cuando acabé lo que tenía que hacer el primer día, busqué en el directorio el número del teléfono de ella y la llamé. Le dio mucho gusto oír mi voz y me invitó a cenar.
La puerta tenía aldabón y se abría por medio de un cordel. Cuando entré en el vestíbulo, la vi a ella, al final de una escalera, vestida con unos pantalones verdes muy entallados, en donde guardaba lo mejor de su personalidad. Mientras yo subía la escalera, nos mirábamos y ella me sonreía sin decir nada. Cuando llegué a su lado, abrió los brazos, me los puso alrededor del cuello y me besó. Luego, me tomó de la mano y mientras yo la miraba estúpidamente, me condujo a través de un patio, hasta la sala de la casa y allí, en un couch, nos dimos entre doscientos y trescientos besos . . . hasta que llegaron sus hijos del parque. Después, fuimos a darles de comer a los conejos.
Uno de los niños, que tenía complejo de Edipo, me escupía cada vez que me acercaba a ella, gritando todo el tiempo: " ¡Es mía!'' Y luego, con una impudicia verdaderamente irritante, le abrió la camisa y metió ambas manos para jugar con los pechos de su mamá, que me miraba muy divertida. Al cabo de un rato de martirio, los niños se acostaron y ella y yo nos fuimos a la cocina, para preparar la cena. Cuando ella abrió el refrigerador, empecé mi segunda ofensiva, muy prometedora, por cierto, cuando llegó el marido. Me dio un ron Batey y me llevó a la sala en donde estuvimos platicando no sé qué tonterías. Por fin estuvo la cena. Nos sentamos los tres a la mesa, cenamos y cuando tomábamos el café, sonó el teléfono. El marido fue a contestar y mientras tanto, ella empezó a recoger los platos, y mientras tanto, también, yo le tomé a ella la mano y se la besé en la palma, logrando, con este acto tan sencillo, un efecto mucho mayor del que había previsto: ella salió del comedor tambaleándose, con un altero de platos sucios. Entonces regresó el marido poniéndose el saco y me explicó que el telefonazo era de la terminal de camiones, para decirle que acababan de recibir un revólver Smith & Wesson calibre 38 que le mandaba su hermano de México, con no recuerdo qué objeto; el caso es que tenía que ir a recoger el revólver en ese momento; yo estaba en mi casa: allí estaba el ron Batey, allí, el tocadiscos, allí, su mujer. Él regresaría en un cuarto de hora. Exeunt severaly: él vase a la calle; yo, voyme a la cocina y mientras él encendía el motor de su automóvil, yo perseguía a su mujer. Cuando la arrinconé, me dijo: "Espérate" y me llevó a la sala. Sirvió dos vasos de ron, les puso un trozo de hielo a cada uno, fue al tocadiscos, lo encendió, tomó el disco llamado Le Sacre du Sauvage, lo puso y mientras empezaba la música brindamos: habían pasado cuatro minutos. Luego, empezó a bailar, ella sola. "Es para ti", me dijo. Yo la miraba mientras calculaba en qué parte del trayecto estaría el marido, llevando su mortífera Smith & Wesson calibre 38. Y ella bailó y bailó. Bailó las obras completas de Chet Baker, porque pasaron tres cuartos de hora sin que el marido regresara, ni ella se cansara, ni yo me atreviera a hacer nada. A los tres cuartos de hora decidí que el marido, con o sin Smith & Wesson, no me asustaba nada. Me levanté de mi asiento, me acerqué a ella que seguía bailando como poseída y, con una fuerza completamente desacostumbrada en mí, la levanté en vilo y la arrojé sobre el couch. Eso le encantó. Me lancé sobre ella como un tigre y mientras nos besamos apasionadamente, busqué el cierre de sus pantalones verdes y cuando lo encontré, tiré de él... y ¡mierda!, ¡que no se abre! Y no se abrió nunca. Estuvimos forcejando, primero yo, después ella y por fin los dos, y antes regresó el marido que nosotros pudiéramos abrir el cierre. Estábamos jadeantes y sudorosos, pero vestidos y no tuvimos que dar ninguna explicación.

Hubiera podido, quizá, regresar al día siguiente a terminar lo empezado, o al siguiente del siguiente o cualquiera de los mil y tantos que han pasado desde entonces. Pero, por una razón u otra nunca lo hice. No he vuelto a verla. Ahora, sólo me queda la foto que tengo en el cajón de mi escritorio, y el pensamiento de que las mujeres que no he tenido (como ocurre a todos los grandes seductores de la historia), son más numerosas que las arenas del mar.

martes, 16 de septiembre de 2008

Para documentar la estupidez humana V. Pruebas irrefutables en el sistema educativo mexicano.

Si Vasconcelos viviera, estoy seguro que se suicidaba. Los esfuerzos del llamado Apóstol de la educación en México no sólo no han rendido frutos con el paso del tiempo, sino que la única etapa en que el sistema educativo de nuestro país ha sido un poco decente se encuentra a años luz de lo que sucede en la actualidad. Transcribo una nota aparecida en Pulso -diario que se publica en San Luis Potosí- el 16 de septiembre de 2008:

El 82.1% de los 23 mil 157 alumnos de nivel bachillerato a quienes se les aplicó la prueba ENLACE[1], obtuvieron calificaciones de “insuficiente” o “elemental” en el área de Matemáticas.
En cuanto al parámetro “Habilidad lectora”, el 49.6% de los 23 mil 105 evaluados obtuvieron los mismos resultados.
Las calificaciones “Insuficiente” y “elemental” en el área de Matemáticas, explica la Unidad de Planeación y Evaluación de Políticas Educativas, significan que el alumno no tiene capacidad para resolver problemas que involucren más de un procedimiento, ni tampoco las que requieren realizar multiplicaciones y divisiones combinando números enteros y fraccionarios.
No pueden tampoco calcular raíces cuadradas, hacer uso de razones ni de proporciones y mucho menos resolver problemas mixtos. En el caso de San Luis Potosí, 46.8% de los jóvenes evaluados obtuvo calificación insuficientes y 35.3 elemental.
En cuanto a “Habilidad lectora”, la prueba reveló que casi la mitad de los jóvenes potosinos no son capaces de relacionar elementos que se encuentran a lo largo del texto. Tampoco comprenden de forma completa y detallada el contenido global de un texto. No infieren relaciones del tipo problemas-solución, causa-efecto ni comparación-contraste.

Hay que señalar que la nota es incompleta, pues solamente documenta la ínfima preparación con que cuentan los imberbes adolescentes sin hacer mención de que obviamente los índices bajan en relación al grado de marginación, es decir, entre más pobre, menos entra la letra, lo cual nos conduce a un problema distinto al que originalmente nos ocupa.
Hecha la aclaración anterior hay que ser justos y reconocer que sí, la culpa es de la baja calidad de los maestros mexicanos, hundidos y retozando felices en el lodazal sindicalista que los absuelve de cumplir con sus obligaciones y les brinda todas las facilidades para que las 2 neuronas que activan los escasos días en que imparten clase, no sufran mayor deterioro. Es cierto, ellos son culpables. Pero también los padres de familia, y en gran medida. No se puede delegar alegremente la responsabilidad a los tipos que se paran frente al pizarrón, como ya se ha dicho muchas veces antes y pese a la indignación que causa esto a los pobres hombres que trabajan todo el día sin parar y las abnegadas amas de casa que apenas se dan tiempo para las labores del hogar.
Sin embargo y para consuelo de los arriba acusados, hay que reconocer que el grado de estupidez ha crecido naturalmente de unos años a la fecha. Salvo raras excepciones, el grueso de los jóvenes y generaciones venideras se distinguen por una feliz propensión a la banalidad intelectual y holgazanería neuronal. Ahora, como en mis tiempos y en los de mis padres y etc. se puede hacer la misma pregunta: ¿de qué carajos me sirve a aprender a sacar una raíz cuadrada? Pregunta muy justa si pensamos en la vida práctica y más si nuestro camino no se dirige al área de las ciencias duras, pero que también ahora, como hace muchos años, se puede responder igual: para ejercitar el cerebro. Para desarrollar habilidades intelectuales. Para aprender a pensar.
De la lectura… bueh… bastante bien sabidas son las cifras de nivel de lectura en nuestro país, aquí la novedad es que al parecer si ya de entrada se lee poco, el asunto empeora porque los jóvenes no comprenden lo que leen. Hace poco leía un artículo donde se decía que gracias al Internet la gente volvió a leer, ya que en buena medida de ahí se extrae la información. Yo por el contrario pienso que se lee poco y se escribe peor, además que de acuerdo a las estadísticas la verdad parece tenerla aquella canción del musical Avenue Q que generó miles de versiones en la red gracias a su famoso y dogmático coro: The Internet is for porn.
En fin, está visto que la realidad supera a los blogueros pesimistas y misántropos como este escribidor.


[1] Según la descripción de la propia Secretaría de Educación Pública esta prueba: “ENLACE Media Superior es una prueba que tiene como objetivo determinar en qué medida los jóvenes son capaces de aplicar a situaciones del mundo real conocimientos y habilidades básicas adquiridas a lo largo de la trayectoria escolar que les permitan hacer un uso apropiado de la lengua –habilidad lectora– y las matemáticas -habilidad matemática-.
No es un examen que aprueba o reprueba. Tampoco permite emitir juicios de valor para calificar o descalificar la calidad de los servicios educativos de los planteles de media superior.
Es un instrumento de evaluación que proporciona información a la sociedad acerca del grado de preparación que han alcanzado los estudiantes del último grado de Educación Media Superior promoviendo la transparencia y rendición de cuentas.”
Es decir, se curan en salud para afirmar que si los escuincles son burros es por una cuestión congénita y no por la propia estupidez de los maestros.

martes, 9 de septiembre de 2008

Las puertitas del señor López


En 1979 Argentina vivía bajo la dictadura del criminal lamentablemente aún vivo Jorge Rafael Videla. Eran tiempos oscuros para la libertad de pensamiento y expresión, las desapariciones forzadas se tomaban como algo común y los derechos humanos simplemente no existían para el gobierno. Con todo, bajo este clima de terror aparece en 1979 en las legendarias páginas del número 1 de la revista El péndulo[1], la primera entrega de Las puertitas del señor López, una de las piezas cumbres de la historieta argentina, obra de dos grandes de este arte, Horacio Altuna y Carlos Trillo.
Como toda buena obra de arte, Las puertitas del señor López puede ser leída en diversos niveles semánticos, aunque Altuna es bastante claro: "La historia trataba de un tipo muy pusilánime; era una visión de la Argentina bajo la dictadura. Nosotros la hacíamos pensando que estábamos bajo ese régimen".
La anécdota es única y de ahí parten todas las historias; López, un tipo regordete, calvo y –como ya señaló el autor- muy pusilánime, jamás levanta la voz, opina o se expresa de manera alguna ante una situación que para él o quienes en ese momento le rodean resulte denigrante, lo que hace es disculparse y dirigirse al baño, tras cuya puerta encuentra una cierta liberación de la mente –que no suya- con la cual escapa de la pesada realidad circundante. La transición no siempre resulta gratificante; tras la puerta López no adquiere la valentía, el coraje, la facilidad de palabra o el espíritu de la venganza, simplemente es otro plano de realidad construido en su mente limitada, que por tanto no es siempre alentador. En una ocasión entra al baño para librarse del pesado ambiente que se ha creado en la oficina por la llegada del nuevo jefe -del cual dicen es un monstruo-, sólo para encontrarse al cerrar la puerta con el mismísimo Nosferatu, quien lo persigue hasta acorralar al pobre López, pero de súbito desiste del ataque final y huye asustado al sentir al otro lado de la puerta la presencia del jefe-monstruo.
La puerta en tanto no representa un escape, sino la imposibilidad de la salida cuando la opresión del ambiente rebasa la propia voluntad, el miedo a la plena individualización del que habla Fromm en El miedo a la libertad. López encarna por tanto a esa sociedad empequeñecida por el miedo que reinaba en la Argentina bajo la dictadura, pero al mismo tempo representa a cada uno de nosotros en las infinitas ocasiones de la vida en que se deja de hacer lo que se quiere, o ya ni siquiera se recuerda que es ello y simplemente se deja pasar el tiempo, la vida, la miseria que nos tiene envueltos.
Los dejo con una de las peripecias del pobre López. Sería genial conseguir cualquiera de los dos tomos que recopilan la historieta (que impresa es la mejor manera de apreciar el noveno arte) pero como eso resulta un tanto bastante complicado, les paso el tip de que en Archivo de comics pueden descargar el primer tomo. Den click sobre las imágenes para verlas a mayor tamaño.





[1] El Péndulo fue una revista de historietas y literatura creada por Marcial Souto en 1979 que transitó por cuatro épocas hasta su desaparición en 1991. El primer número de la revista incluía artículos sobre rock, Lovecraft, cuentos de Bradbury, J.G. Ballard y otros autores, además de trabajos de algunos de los más importantes artistas de la historieta argentina, Enrique Breccia, Fontanarrosa y, por supuesto Trillo y Altuna.