Para la sociedad, lo correcto es hacer lo que se “debe”, para vivir, lo correcto es hacer lo que se quiere.
Lo único que te perteneces es tu propio cuerpo, es el único espacio inalienable, por tanto, puedes y debes hacer con él lo que quieras sin remordimiento por lo que piensen los demás.
El espacio que la tuya ocupa en la línea de la vida es ínfimo, así que no vale la pena desperdiciarla moralmente en cualquier tipo de privación de placer voluntaria.
La idea de dios es absoluta y necesaria, mas no por ello hay razón de dirigirse siempre con respeto a dicho ente, todo el bien proviene de su gracia, pero el mal entonces no existiría sin su venia.
El alma es una idea de devoción para entregarse a los seres amados, el espíritu propio, tal como el cuerpo, es enteramente íntimo.
La vida en pareja para nuestra cultura es sinónimo de subordinación y esclavitud permisiva, nunca de compartición de libertades.
La razón la tengo yo, tanto como tú y el resto del mundo.
domingo, 31 de agosto de 2008
lunes, 25 de agosto de 2008
Homenaje a Ibargüengoitia II
Libro de oro del teatro mexicano o la vida apasionadade don Marcelino Menéndez y Pelayo
A raíz de las recientes declaraciones de Carlos Solórzano en Ovaciones de no me acuerdo qué fecha y de mi airada respuesta a las mismas, he ocupado mis ratos de ocio en una serie de meditaciones que podrían agruparse bajo el shakesperiano título de: Are we, Mexican Playwrights, Missing the Chaberpot? Estas meditaciones, como las de toda persona adiestrada en la labor jesuítica, tienen como esquema primordial una pregunta íntima y su contestación, como por ejemplo: 1. Si yo no fuera Jorge Ibargüengoitia, ¿leería las obras de Jorge Ibargüengoitia? Respuesta: definitivamente no. Leería las de Mickey Spilane, el tratado de floricultura de la señora Mondragón, las obras completas del Marqués de Santa Cruz, y quizá hasta el diccionario de la Real Academia, pero no mis obras. ¿Por qué? a) Porque están... 1) inéditas; 2) editadas en libros carísimos junto con otras nueve que no me interesan; 3) publicadas en revistas agotadas, desaparecidas o no catalogadas. b) Prefiero otras lecturas. 2. ¿Para qué las escribí? Respuesta: francamente no sé. [Debo confesar que a esta pregunta he dado diferentes respuestas conforme pasan los años y en mi rostro se van marcando las huellas de todos los vicios. En una época, de esto hace muchos años, contestaba (emulando a mis mayores) que escribía porque tenía necesidad de expresarme, y que para mí el teatro fue siempre el único medio de comunicación posible; lo cual es una de las grandes mentiras en la historia de la literatura, pues desde que tengo cinco años conozco varios medios de comunicación mucho más eficaces que el teatro. De cualquier manera, si escogí el teatro como medio de comunicación debí tener más cuidado con lo que decía, porque ahora encuentro que lo comunicado es a la técnica de comunicarlo tan desproporcionado, como gastar 10,000 millones en alfabetizar al pueblo mexicano para que pueda leer a la Doctora Corazón. Después adopté otra actitud piú coraggiosa: dije que escribía porque me daba la gana. Este paso de la necesidad de expresión al “porque me da la gana” corresponde, en la vida íntima del autor, al paso de las inhibiciones sexuales a la frustración absoluta. Pues bien, ahora digo que no sé por qué escribí catorce comedias. Aparentemente esta perplejidad la comparten muchas personas, como lo demuestra la frecuencia con que son estrenadas mis obras.] 3. Si escribí las comedias, ¿por qué no hago lo posible por que sean llevadas a escena? Respuesta: Porque cada vez que voy al teatro, le doy gracias a Dios de que no sea mía la obra que están montando. [Comentario: esta actitud proviene indiscutiblemente de un trauma (probablemente múltiple). En mi juventud escribí una obra llamada Susana y los jóvenes; esta obra fue elegida por la Unión Nacional de Autores para ser representada en la temporada de la misma. En aquella época, La Epoca de Oro de la Unión, había una temporada formal en la Sala Chopin, en donde se representaban obras de Basurto, de Solana y de no recuerdo qué otras celebridades, y otra temporada, no sé si de autores noveles o vergonzantes, en el Teatro Ródano. Usigli iba a dirigir Susana y los jóvenes. El día de la lectura, yo me senté en el piso atrás de un sofá, de donde me fueron a sacar para colocarme en un lugar de honor junto a Usigli. Usigli leyó la obra, porque yo estaba aterrado. Asistieron Fernando Mendoza, Maricruz Olivier, María Teresa Rivas, Tony Carvajal, Tara Parra, Miguel Córcega y Héctor Gómez, y también Argentina Usigli. Argentina, haciendo gala de un compañerismo que nunca agradeceré lo bastante, se rio cada vez que fue necesario; los demás permanecieron observándome como las Pirámides. Cuando terminó la lectura, Fernando Mendoza tuvo la amabilidad de hacerme algunas indicaciones acerca de los cambios que él consideraba necesarios para que la obra no fuera tan mala; María Teresa Rivas opinó que el personaje femenino era oligofrénico, porque ella, a la edad de Susana, ya había tenido no sé qué experiencias; pero lo peor vino cuando Usigli me presentó a Maricruz Olivier... Esto es que tres meses antes de estos sucesos, estando en una fiesta con un vaso de cristal cortado lleno de cuba libre en una mano, me cayó una pesada trampa de madera en esa mano, de tal manera que el vaso de cristal cortado me hizo pedazos una arteria y salió un chorro de sangre con el que bañé a todos los invitados; me llevaron a la Cruz Roja, me cosieron, regresé a los tres días, me quitaron las puntadas, y como suele suceder en esos casos, me dejaron una; la herida, en vez de cicatrizar, desarrollaba una purulencia infecta, que tenía yo que extirpar de vez en cuando y bañar con agua oxigenada. Pues esto es que, precisamente la noche de la lectura, esta purulencia había alcanzado un grado de madurez extraordinario, y en el momento en que la eximia Maricruz estrechó mi poderosa diestra, explotó y salió en forma de un chisguete que fue a dar precisamente en el ojo de la actriz. Ella no dijo nada, pero no volvió a poner un pie en el teatro. Después vino una época de decepciones: Usigli se fue a Dublín, la temporada de la Chopin se vino abajo, se acabó el dinero de la Unión, bajaron los sueldos, cambiaron los actores, una obra de Villaurrutia entró a salvar la situación (con el único resultado de que el déficit aumentó), etcétera. El caso es que en vez de estrenar en julio, estrenamos en octubre. Pero en fin, si estas fueran las últimas molestias que me iba a causar la Susana, las daría de barato. Dos años después de estos sucesos, una compañía de jóvenes incautos montó la obra y me invitó a un coctel después del estreno; yo, incauto también, fui con mis amigos. ¡Dios mío, qué amargura! El padre de la joven (que por cierto era muy fea) que hacía la Susana, entró en escena exabrupto con la mejor intención de llevarse a su hija, que estaba “prostituyéndose en las tablas”. Luego, en 1959, me invitaron a Culiacán a presenciar el estreno de la misma obra. Yo no hubiera aceptado la invitación de no haber estado tan mal de dinero; pero cuando recibí los pasajes de avión, compré mi boleto en camión y me guardé como trescientos pesos. En Culiacán me instalaron en un hotel elegantísimo. El día del estreno, me puse mi mejor ropa, me fui caminando y llegué derritiéndome al teatro. Me sentaron entre el rector de la Universidad y el jefe de la Zona Militar, y luego salí a dar las gracias como si saliera de una ducha. De ahora en adelante, el que quisiera poner la Susana, que la ponga, pero por favor que no me invite. 4. ¿Qué consejos daría yo a los jóvenes dramaturgos? Respuesta: a) Nunca ir al teatro. b) Nunca ir al cine. c) Nunca encender el radio, ni la TV. d) No poner un pie en la provincia. e) Quemar el Bernal Díaz. f) No tener trato con actores, directores, ni productores. g) Hacer un matrimonio ventajoso. h) Hablar poco. i) Escribir menos. j) Renunciar a toda ambición de llegar a ser Secretario de Educación Pública, embajador de México en Guatemala o gerente de la CEIMSA. k) Nunca discutir con la Elite.
(Publicado en la Revista de la UNAM a principio de los años sesenta)
lunes, 11 de agosto de 2008
Para documentar la estupidez humana IV. Los celos
¡Sangre, Yago, sangre! Clama fuera de sus casillas Otelo al convencerse de que la pérfida Desdémona sostiene una relación con el despistado Casio, para acto seguido proceder a limpiar con sangre su mancillado honor en una de las más famosas tragedias de don William Shakespeare, la cual no hubiera pertenecido a este género si el famoso moro hubiera prestado oídos sordos al gandul Yago o en último caso se hubiese puesto a investigar que de cierto había en el cuento de que la esposa veía a su teniente como algo más que otro soldado.
Los celos pues quedaron así inmortalizados desde el siglo XVII como una rotunda estupidez que sin embargo hasta nuestros días es vista por quienes tienen tan bajo sentimiento como motivo de orgullo “yo soy como Otelo, por eso mi vieja me respeta”, o en el peor de los casos "yo creo que mi gordo ya no me quiere porque ya no me cela".
Hay que aclarar que de acuerdo a la terapia racional emotiva hay dos tipos de celos: el moderado, que es el sentimiento del común de los mortales, molesto pero tolerable. El otro es el patológico, que pensándolo bien es más común que el anterior para la media de humanos, pues es donde entran los elementos dramáticos del asunto; inseguridad, auto-compasión, hostilidad, depresión, etc. Es decir, el mero material para novelas, películas, obras de teatro e interpretaciones diversas. Yo le pondría una tercera tipología que llamaría natural y que, bueno, sería la lógica reacción cuando frente a nuestros propios ojos la pareja esté felizmente puliendo nuestra cornamenta, pues en estos casos no reaccionar más bien obedecería a otras causas que pueden ser autismo, desinterés o incluso hasta alivio cuando el cornúpeto en cuestión buscaba la manera de cambiar de aires y no había encontrado pretexto.
Digamos pues que la moderada y la natural son como ronchas naturales y es la patológica la que sirve como ejemplo de la innegable estupidez humana.
El rudimentario sentido de la propiedad privada, aunado al dudosamente honroso machismo mexicano han hecho que gracias a la educación de papi y mami (trasmitida a ellos por sus padres y así sucesivamente) pensemos que iniciar una relación sentimental es adquirir contrato de propiedad de un objeto (pensando así, digamos que el noviazgo es como un alquiler) y por ende podemos disponer de este como mejor nos plazca y endilgarle de inmediato el sentido de dependencia mutante (es decir, el que la educación machista ha logrado, no la natural y moderada hacia nuestros seres queridos) y extender como enredadera una serie de ramas para amarrar al objeto (no voy a usar el término de pareja) y protegerlo no de que algo malo le pueda suceder, sino de que alguien pretenda arrebatárnoslo y ¡Oh, desgracia fatal! Quedemos a merced del destino en este valle de lágrimas, señalados por la sociedad que nuestra espalda dirá “miren, allá va el cornudo”, cuando lo que deberían de decir si el mundo fuera bueno sería “ese de allá es re trucha para las muchachas”.
Tan arraigado se encuentra este sentido que cuando en las noticias vemos que alguien mató por celos a su esposa el pensamiento común es “qué bueno, por güila”, y si después de eso el tipo se colgó por despecho se le agrega el “pobrecito, ¡pues cómo sufría!”. En la pieza de Shakespeare como espectadores sabemos que todo es una farsa preparada por Yago que funciona por el cretinismo de Otelo, el cual sustenta la veracidad del engaño en lo que el compadre le dice y el hecho estúpido de un pañuelo plantado en el cuarto de Casio ¿Qué vio? Nada en realidad, por eso nos ponemos del lado de la pobre mujer, en cambio la vida real nos muestra que siempre el celoso ajusticiador es el de la razón.
Por eso en verdad os digo que siento lástima por esas criaturas inferiores cuya capacidad mental se encuentra tan terriblemente atrofiada. Y no es baño de pureza, todos hemos pasado por esto alguna vez, hay quienes disponen de una capacidad neuronal para superarlo, otros no y en tanto seguirán siendo material para recrearnos con los dramones lacrimógenos de sus edípicos procederes. Yo en tanto voy a ver que diablos hace mi vieja, que hace media hora no se reporta.
Los celos pues quedaron así inmortalizados desde el siglo XVII como una rotunda estupidez que sin embargo hasta nuestros días es vista por quienes tienen tan bajo sentimiento como motivo de orgullo “yo soy como Otelo, por eso mi vieja me respeta”, o en el peor de los casos "yo creo que mi gordo ya no me quiere porque ya no me cela".
Hay que aclarar que de acuerdo a la terapia racional emotiva hay dos tipos de celos: el moderado, que es el sentimiento del común de los mortales, molesto pero tolerable. El otro es el patológico, que pensándolo bien es más común que el anterior para la media de humanos, pues es donde entran los elementos dramáticos del asunto; inseguridad, auto-compasión, hostilidad, depresión, etc. Es decir, el mero material para novelas, películas, obras de teatro e interpretaciones diversas. Yo le pondría una tercera tipología que llamaría natural y que, bueno, sería la lógica reacción cuando frente a nuestros propios ojos la pareja esté felizmente puliendo nuestra cornamenta, pues en estos casos no reaccionar más bien obedecería a otras causas que pueden ser autismo, desinterés o incluso hasta alivio cuando el cornúpeto en cuestión buscaba la manera de cambiar de aires y no había encontrado pretexto.
Digamos pues que la moderada y la natural son como ronchas naturales y es la patológica la que sirve como ejemplo de la innegable estupidez humana.
El rudimentario sentido de la propiedad privada, aunado al dudosamente honroso machismo mexicano han hecho que gracias a la educación de papi y mami (trasmitida a ellos por sus padres y así sucesivamente) pensemos que iniciar una relación sentimental es adquirir contrato de propiedad de un objeto (pensando así, digamos que el noviazgo es como un alquiler) y por ende podemos disponer de este como mejor nos plazca y endilgarle de inmediato el sentido de dependencia mutante (es decir, el que la educación machista ha logrado, no la natural y moderada hacia nuestros seres queridos) y extender como enredadera una serie de ramas para amarrar al objeto (no voy a usar el término de pareja) y protegerlo no de que algo malo le pueda suceder, sino de que alguien pretenda arrebatárnoslo y ¡Oh, desgracia fatal! Quedemos a merced del destino en este valle de lágrimas, señalados por la sociedad que nuestra espalda dirá “miren, allá va el cornudo”, cuando lo que deberían de decir si el mundo fuera bueno sería “ese de allá es re trucha para las muchachas”.
Tan arraigado se encuentra este sentido que cuando en las noticias vemos que alguien mató por celos a su esposa el pensamiento común es “qué bueno, por güila”, y si después de eso el tipo se colgó por despecho se le agrega el “pobrecito, ¡pues cómo sufría!”. En la pieza de Shakespeare como espectadores sabemos que todo es una farsa preparada por Yago que funciona por el cretinismo de Otelo, el cual sustenta la veracidad del engaño en lo que el compadre le dice y el hecho estúpido de un pañuelo plantado en el cuarto de Casio ¿Qué vio? Nada en realidad, por eso nos ponemos del lado de la pobre mujer, en cambio la vida real nos muestra que siempre el celoso ajusticiador es el de la razón.
Por eso en verdad os digo que siento lástima por esas criaturas inferiores cuya capacidad mental se encuentra tan terriblemente atrofiada. Y no es baño de pureza, todos hemos pasado por esto alguna vez, hay quienes disponen de una capacidad neuronal para superarlo, otros no y en tanto seguirán siendo material para recrearnos con los dramones lacrimógenos de sus edípicos procederes. Yo en tanto voy a ver que diablos hace mi vieja, que hace media hora no se reporta.
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