lunes, 11 de agosto de 2008

Para documentar la estupidez humana IV. Los celos


¡Sangre, Yago, sangre! Clama fuera de sus casillas Otelo al convencerse de que la pérfida Desdémona sostiene una relación con el despistado Casio, para acto seguido proceder a limpiar con sangre su mancillado honor en una de las más famosas tragedias de don William Shakespeare, la cual no hubiera pertenecido a este género si el famoso moro hubiera prestado oídos sordos al gandul Yago o en último caso se hubiese puesto a investigar que de cierto había en el cuento de que la esposa veía a su teniente como algo más que otro soldado.
Los celos pues quedaron así inmortalizados desde el siglo XVII como una rotunda estupidez que sin embargo hasta nuestros días es vista por quienes tienen tan bajo sentimiento como motivo de orgullo “yo soy como Otelo, por eso mi vieja me respeta”, o en el peor de los casos "yo creo que mi gordo ya no me quiere porque ya no me cela".
Hay que aclarar que de acuerdo a la terapia racional emotiva hay dos tipos de celos: el moderado, que es el sentimiento del común de los mortales, molesto pero tolerable. El otro es el patológico, que pensándolo bien es más común que el anterior para la media de humanos, pues es donde entran los elementos dramáticos del asunto; inseguridad, auto-compasión, hostilidad, depresión, etc. Es decir, el mero material para novelas, películas, obras de teatro e interpretaciones diversas. Yo le pondría una tercera tipología que llamaría natural y que, bueno, sería la lógica reacción cuando frente a nuestros propios ojos la pareja esté felizmente puliendo nuestra cornamenta, pues en estos casos no reaccionar más bien obedecería a otras causas que pueden ser autismo, desinterés o incluso hasta alivio cuando el cornúpeto en cuestión buscaba la manera de cambiar de aires y no había encontrado pretexto.
Digamos pues que la moderada y la natural son como ronchas naturales y es la patológica la que sirve como ejemplo de la innegable estupidez humana.
El rudimentario sentido de la propiedad privada, aunado al dudosamente honroso machismo mexicano han hecho que gracias a la educación de papi y mami (trasmitida a ellos por sus padres y así sucesivamente) pensemos que iniciar una relación sentimental es adquirir contrato de propiedad de un objeto (pensando así, digamos que el noviazgo es como un alquiler) y por ende podemos disponer de este como mejor nos plazca y endilgarle de inmediato el sentido de dependencia mutante (es decir, el que la educación machista ha logrado, no la natural y moderada hacia nuestros seres queridos) y extender como enredadera una serie de ramas para amarrar al objeto (no voy a usar el término de pareja) y protegerlo no de que algo malo le pueda suceder, sino de que alguien pretenda arrebatárnoslo y ¡Oh, desgracia fatal! Quedemos a merced del destino en este valle de lágrimas, señalados por la sociedad que nuestra espalda dirá “miren, allá va el cornudo”, cuando lo que deberían de decir si el mundo fuera bueno sería “ese de allá es re trucha para las muchachas”.
Tan arraigado se encuentra este sentido que cuando en las noticias vemos que alguien mató por celos a su esposa el pensamiento común es “qué bueno, por güila”, y si después de eso el tipo se colgó por despecho se le agrega el “pobrecito, ¡pues cómo sufría!”. En la pieza de Shakespeare como espectadores sabemos que todo es una farsa preparada por Yago que funciona por el cretinismo de Otelo, el cual sustenta la veracidad del engaño en lo que el compadre le dice y el hecho estúpido de un pañuelo plantado en el cuarto de Casio ¿Qué vio? Nada en realidad, por eso nos ponemos del lado de la pobre mujer, en cambio la vida real nos muestra que siempre el celoso ajusticiador es el de la razón.
Por eso en verdad os digo que siento lástima por esas criaturas inferiores cuya capacidad mental se encuentra tan terriblemente atrofiada. Y no es baño de pureza, todos hemos pasado por esto alguna vez, hay quienes disponen de una capacidad neuronal para superarlo, otros no y en tanto seguirán siendo material para recrearnos con los dramones lacrimógenos de sus edípicos procederes. Yo en tanto voy a ver que diablos hace mi vieja, que hace media hora no se reporta.

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