En días pasados me
llamó la atención cuando de pronto varios amigos comenzaron a compartir el
anuncio de una actividad a llevarse a cabo en la sede de El Rinoceronte
Enamorado el próximo viernes 21, una mesa redonda llamada Los derechos del espectador/ Utopía o necesidad, en la que destaca
la participación del colectivo Es hora de
hacernos agua, recientemente conformado en la capital potosina.
Casi enseguida me
enteré que la actividad fue planeada luego de un incidente suscitado en el
teatro de los rinocerontes la semana anterior, cuando un espectador irritado
porque no le gustó lo que estaba viendo en escena se levantó a reclamarle voz
en pecho a los actores por lo que consideró inadecuado. Del asunto da fe el
estimado Ignacio Betancourt en una columna escrita a propósito del hecho donde
señala que fueron los propios Es hora
quienes propusieron el encuentro para debatir el asunto de los derechos del
espectador, tema nada nuevo pero siempre interesante de abordar, desde luego.
Yo siempre he
estado de acuerdo en que los derechos de uno terminan donde se comienza a
vulnerar el de terceros. En ese sentido me parece de un protagonismo absurdo y
grosero la forma de conducirse del espectador mencionado –anónimo para mí, ya
que su identidad es lo de menos- al decidir por todos cuantos estaban en la
sala que era momento de interrumpir el espectáculo para externar su opinión. Yo
lo hubiera bajado aplicándole la máxima (y acción) pambolera “¡Ai va l’agua!” y
es la reacción más contenida que se me ocurre. Muchas veces me he sentido
defraudado en el teatro y si es posible hacerlo sin molestar a nadie me he
salido de puestas en escena infumables y nunca me he quedado callado para
externar posteriormente mi malestar a los involucrados, lo cual me ha ganado al
menos un enemigo. Luego de terminada la función, por supuesto.
Pero nadie tiene
derecho a decidir, cual Cyrano de Bergerac, mandar callar a ningún actor y
menos aún erigirse en máxima autoridad de entre los presentes para alentarlos a
quejarse del fraude al que están siendo expuestos. Eso es asunto de cada uno. Y
tanta razón puede tener el más indignado como aquel que por bizarros motivos
esté disfrutando el espectáculo.
En los lejanos
tiempos en que el Festival Internacional de Danza tenía alma –o sea cuando lo
hacía Lila López-, la entrada era libre y en los primeros años (empecé a ir muy
joven, como en el sexto) recuerdo que era un verdadero maremágnum en el que lo mismo convivían bailarines,
prensa, críticos y el pópulo local, que de manera paulatina aprendió a aplaudir
o abuchear con todo derecho lo que veía en escena y poco a poco fueron
desapareciendo los espontáneos que sin entender el contexto lo único que pedían
era que las bailarinas enseñaran más. Y vi grandes abucheos y ovaciones de pie
hasta de 5 minutos, todos al final de la presentación, en el momento en que se
debe externar, en el turno del público.
En la mesa estarán
por parte de los Rinocerontes Jesús Coronado y como moderador Edén Coronado,
mientras que por parte del colectivo tendrán uso de voz el propio Nacho y David
Madrigal, este último destacado en el campo de las ciencias sociales pero de
quien mi memoria, seguramente corta, no me permite recordar en los años
recientes como espectador en actividades culturales, dicho sea esto sin
provocación y con el mero ánimo de puntualizarlo. Espero sinceramente que las
ideas a ser expresadas y los términos del debate repercutan de manera positiva
y tangible en la forma en que tratamos al público, parte que nada menos es la
que alimenta –nunca más literalmente dicho- al artista, que ya sería un avance
dentro de la dinámica social que tenemos con relación a las artes.
Y no le demos más
vueltas, el mayor derecho del espectador es que el otro no nos joda
unilateralmente el momento.