El
mono que quería ser un escritor satírico de Monterroso finalmente fue acallado
en ideas por el peso de su propia conciencia. Ya eso tengo de ventaja, el
descrédito general está de mi lado.
En
estos tiempos de corrección política todo es proclive para que seamos señalados
como frívolos, amargados o reaccionarios tanto como visionarios o atrevidos
según el grado de cercanía que el público tenga con las ideas que nos lee y en
tanto el aplauso o la censura son recibidos más o menos gravemente dependiendo
de la fortaleza de espíritu del que teclea, máxime si se mueve en un terreno
tan delicado como el quehacer de la cultura, donde todos sin variar son
habilitadores del saber e inmaculados mártires, tanto el abnegado funcionario
incomprendido como el artista que proclama sus derechos ante las murallas del
burocratismo. Por eso es difícil congratularse con ambas partes al mismo tiempo
y la mejor herramienta para expresarse pareciera ser un ambiguo cinismo. Ah,
listillo de mí.
Pensar
en voz alta es el ejercicio. Pensar y dejar que las ideas floten en el río
inagotable de la red, el ser valiente en la supercarretera de la información
(nótese la actualidad de la referencia) donde las palabras tienen tanta
perdurabilidad como el trending topic del momento nos lo permita. Abriguemos la
petulancia de la fama de un segundo como guía para expresar las palabras que no
sabemos el destino que tengan.
No
es idea nueva, en 1978 J.G. Ballard lo dijo: “En el futuro vas a tener una idea
nueva radical, pero dentro de tres minutos estará totalmente aceptada y a la
venta en el supermercado más cercano”. Una realidad que en los años recientes
nos ha alcanzado. Pero no se me tilde de profundo, eso lo leí hace trece años en
una revista Complot que tenía en la
portada al grupo La Ley bajo el término de visionarios.
¿Cuál
es el proceso entonces? ¿Escribir ebrio y corregir sobrio tal como aconsejaba
Hemingway de acuerdo a la cita de sus palabras que en estos días corre en las
redes sociales? ¿Seguir cabalgando y que los perros ladren como todo mundo
ahora supone que dijo Cervantes en el Quijote? Creo que me quedo más bien con
la imagen de mi gato Cucho, quien al darse cuenta de la fobia de mis vecinos
sobre su felina existencia se apoltronaba socarronamente a tomar el sol en la
barda limítrofe de ambas casas para ver como corrían desesperados gritando
“¡ahí está el gato!” mientras los observaba -me imagino despreocupado y
divertido por una acción tan simple como ser y estar en un lugar donde causaba
furor por impertinente- hasta que se aburría e iba a lamerse la entrepierna a
otro lado.
¿Qué
le depara a esta columna el destino? Muchas exposiciones, festivales, muestras
y acciones gubernamentales a cual más de divertidas. No por ello menos serias,
menos graves, menos relevantes en este arenal tratando de florecer que es la
vida cultural del estado.
Ya
lo veremos.
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