domingo, 20 de octubre de 2013

Monosatírico X: La partida de Bergman




Conocí a la muerte hoy, estamos jugando ajedrez.
(línea de Max Von Sidow en El Séptimo Sello)

El 30 de julio de 2007 murió Ingmar Bergman. La noticia, sin embargo, no causó gran revuelo, fue mencionada en los noticiarios en medio de notas acerca del clima, las declaraciones de un artista en el escándalo, tal vez un incendio. Sin darle relevancia quizá porque se consideró que había en la vida cosas más urgentes que atender.
Fue, sin embargo, un suceso desolador, en función de que no habrá ya manera de que continúe creando arte, de que una de las últimas mentes maestras del cine no volverá a maravillarnos con sus reflexiones de celuloide, y es que la obra de Bergman es un paradigma de la estrecha vinculación que el cine puede alcanzar con el arte y la filosofía, de cómo conjuntando estas se consigue un documento inconmensurable para explicarnos la vida.
Cierto, las películas que realizó son difíciles de digerir para el espectador promedio y aún para algunos que están más entrenados en la apreciación cinematográfica, pero es que la carga expresiva de cada una de ellas requiere de una completa entrega a la obra. Su cine es tremendamente personal e intimista, pero al mismo tiempo se vuelve una expresión universal gracias a la profundidad reflexiva de los temas que en éste abordaba. Proveniente de una familia extremadamente puritana los valores que le fueron inculcados dieron pie a una serie de cuestionamientos morales y filosóficos que estudiaría a través de sus películas: la idea de Dios; el amor; la infancia; la muerte; la culpa y la redención fueron diseccionados a través de sus filmes como ningún otro director ha podido hacerlo.
La fuerza motriz de su quehacer fílmico, empero, recaía en buena medida en sus guiones, de manera que la verbalidad muchas veces se imponía como el elemento principal de la escena, dicho esto sin demeritar la difícil labor de interpretación a la que se enfrentaban sus actores, pensemos por ejemplo en, Persona (1966), para muchos su obra cumbre y para mi una de las mejores en la historia del cine, en la que Liv Ullman interpreta a una actriz que repentinamente decide dejar de hablar y la enfermera que se encarga de cuidarla, encarnada por Bibi Anderson, entabla una comunicación unilateral con su paciente, hasta que la simbiosis de ambas les convierte en una sola persona. Un tercer personaje, la doctora, muestra en un hermoso monólogo su fascinación por el caso que atiende:
“Entender, bien. El sueño sin esperanzas de Ser, no aparentar, sino Ser. Alerta en cada momento de la vigilia. El abismo que hay entre lo que eres ante otros y lo que eres a solas. El vértigo y la hambrienta necesidad de ser desenmascarada, de ser vista por dentro, quizá incluso de ser destruida. Cada inflexión y cada gesto es una mentira, cada sonrisa una mueca. ¿Suicidio?, no, demasiado vulgar. Pero si puedes rehusarte a moverte, a hablar, de manera que no tengas que mentir. Puedes callarte interiormente. Entonces no necesitarás interpretar ningún papel o hacer gestos erróneos. O así lo crees. Pero la realidad es diabólica. Tu escondite no es impermeable. La vida gotea desde el exterior, y así, te ves obligada a reaccionar. Nadie cuestiona si es verdadero o falso, si eres genuina o sólo una embustera. Esas cosas sólo importan en el teatro, y aún ahí difícilmente. Entiendo porqué no hablas, porqué no te mueves, porqué has creado el papel de una apática para interpretarlo. Lo entiendo. Lo admiro. Debes interpretarlo hasta que termine la obra, hasta que pierda interés para ti. Entonces podrás abandonarlo, justo como has abandonado otras partes de ti una a una”.
Alguien me comentó fascinado que Bergman debería haber ganado en Premio Nóbel de Literatura y sinceramente veo que tiene razón, si el cine es un arte que congrega a otras expresiones artísticas, el genio sueco supo destacar cada elemento que conforma un filme para hacer obras imperecederas y en el guión y dirección plasmó un discurso personal que de mucho sirve para entender la condición humana, algo que supo hacer mejor que ningún otro; dejó de filmar en 1984, de dirigir teatro en 2003 y de estar en nuestro mismo plano hace seis años, aunque pensándolo bien ya mucho antes se había elevado del mismo.

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